Hermano mío, hermano mío,
vamos juntos a la guerra,
a mi hijo ya le he dicho también:
hijo mío, hijo mío,
vuélvete fuerte, vuélvete valiente.
A mí no me matarán,
yo mataré a mi enemigo.
He soñado, y mis sueños fueron buenos:
he visto a los antepasados,
cazaré a mis enemigos,
ya lo tengo.
Fragmento de una canción de guerra shuar.
Los shuar. Los shuar constituyen una etnia amazónica muy numerosa; cuenta con 80,000 personas que habitan las selvas del Ecuador y de Perú. También son conocidos por el nombre de jíbaros, que les fuera dado por los conquistadores españoles, quienes nunca pudieron dominarlos, así como tampoco pudieron hacerlo los increíbles incas. Jívaro proviene de la corrupción de la palabra xivar que significa gente. Hablan la lengua shuar-chicham, perteneciente a la Familia Jivaroana. Este grupo vive de la recolección de tubérculos, de frutos y de insectos, de la caza y la pesca. Cultivan el maíz, la palma de chota, el plátano, la yuca y la papa china.
El rito tzantza. Se llama tzantza a la reducción de cabezas que llevaban al cabo los indios shuar, a fin de conservar las testas de sus enemigos como un glorioso trofeo de guerra. Cuando un guerrero mataba a un enemigo, le cortaba la cabeza y se escondía en la selva para ayunar durante ocho días antes de proceder a la tzantza.
Preparar la tzantza requiere de varias etapas: Se debe cortar la cabeza y el cuello lo más pegado que se pueda de la clavícula; se pasa el etsemat (un tipo de herramienta) por la boca y el cuello de la víctima. A continuación, se efectúa un corte hacia abajo en la parte de atrás de la cabeza hasta la coronilla, para poder separar la piel del cráneo y desechar éste último. Se hierve la piel por un período de media hora en agua que contiene hierbas especiales y secretas, lo que ocasiona que la cabeza se reduzca a la mitad; esto debe hacerse inmediatamente de que la ha sido cortada, pues de otra manera el pelo se cae. Cuando la piel está completamente seca, se le quita la carne que queda adherida, con la ayuda de un cuchillo, a fin de que no se pudra la piel; se cose el corte que se hizo en la parte posterior, los ojos, y la boca. Se introducen, una a una, piedras calientes en el interior de la cabeza y se las hace rodar en el interior de ella. Esto sirve para reducir más la cabeza y evitar que se deforme. Se procede a rasurar la cara. De vez en vez, se frota la piel para que seque bien y vaya agarrando forma “humana”. En seguida, se llena la cabeza con arena que se calienta en una olla, y se procede como se hizo con las piedras, lo cual ayuda a achicarla más. Después, la cabeza se suspende sobre una hoguera humeante para que quede completamente seca y su tamaño se reduzca aún más. Los labios se secan aplicando sobre ellos un machete calentado al rojo vivo; se cierran con tres espinas de chonta y se amarran firmemente con cuerdas. A continuación, se pinta la cabeza de negro. Todo el procedimiento tarda seis días. En el sexto día, se lleva a cabo la primera fiesta de la tzantza.
Mientras se efectúa la tzantza, el guerrero invoca a Ayumpum, el espíritu de la Vida y de la Muerte, por medio del gran tambor, tuntui, para evitar toda posible venganza por parte del decapitado, y para que el muerto no retorne a la vida. Ayumpum, al oír la invocación responde: – Cuando escucho el tuntui, desciendo a la Tierra inmediatamente.
Ya que todo se encuentra preparado, los hombres de la comunidad recogen leña, mientras las mujeres preparan chicha para la fiesta. Todos se reúnen en la casa en donde se efectuará la ceremonia. En el patio se quedan un anciano, los guerreros y el hombre de la tzantza que lleva la cabeza reducida al cuello. Mientras tanto, en la casa las mujeres cantan el ujaj meset, canto propiciatorio de buenos agüeros, con el fin de atraer la buena suerte hacia al guerrero y protegerlo de cualquier mal, para que la matanza se olvide, la tierra de la víctima sea abandonada y nunca se la ocupe ni sea productiva, y para que los caminos que llevan a ella se borren. Un anciano debe soplar humo de tabaco en la nariz del guerrero, a fin de evitar que sueñe con la muerte e invoque a la mala suerte. El guerrero se mete al río, donde el anciano le corta un mechón de pelo y lo arroja al agua. El guerrero sale del río y se viste con ropa nueva, para dejar el pasado atrás y renacer como nuevo.
En las fiestas importantes, los guerreros se cuelgan las cabezas reducidas a fin de demostrar lo excelentes guerreros que se han sido. Mientras más cabezas, mejor. La edad perfecta para empezar a coleccionar cabezas, suele ser de los 10 u 11 años. Conseguir cabezas significa acrecentar la virilidad y la fuerza masculina; además, se adquiere el poder que tenía el que perdió tan trágicamente su testa.
Los jefes de la tribu son los encargados de enseñar a los jóvenes a obtener cabezas, las cuales se obtienen por medio de cacerías humanas que realizan entre otras tribus vecinas; como los achuar, sus sempiternos enemigos. Suelen prender fuego a las aldeas para que los indios salgan de sus chozas y así atraparlos con mayor facilidad. Debemos mencionar que entre las cabezas achicadas hubo muchas que pertenecieron a hombres blancos… quien les manda adentrarse en tierras ajenas
El origen mitológico de la tzantza. Fue a Ayumpum a quien se le hizo la primera tzantza. Pues era un guerrero muy valiente que vivía en la selva. Un mal día, un enemigo suyo de nombre Kujáncham (zarigüeya) le tenía mucha envidia, lo mató. Después de haberle reducido la cabeza, este mal hombre celebró su hazaña con una gran fiesta lleno de alegría. Ayumpum se convirtió en uyuyu (una especie de coleóptero) y voló. Su esposa, que conocía lo acaecido, quiso volar tras él, pero no pudo y se cayó en un huerto de porotos (judía, habichuela o frijol) perteneciente a las atsutas núa, espíritus femeninos, quienes enojados por haber sido molestados, la castigaron a vivir sin ningún refugio. Una de las atsutas dio caza al uyuyu, lo encerró en una olla que meneó hasta que se convirtió en un niño de apenas diez centímetros. Poco después, el niño fue creciendo; cuando llegó a la edad y al tamaño adecuado, se casó con la atsuta y vivieron muy felices.