Tatachina: La Neblina Primigenia. Guaraní (Avañe’e)

 

El pueblo guaraní, o avañe’e como ellos mismos se denominan, comprende cuatro etnias: mbyá, avá, paí (o pañ) y chiripá. Constituyen un grupo amazónico localizado en las dos orillas del río Paraná, y en las provincias de Misiones, Corrientes, Entre Ríos y el norte de Buenos Aires, en Argentina; Paraguay; Brasil y una parte de Bolivia. Hablan la lengua ava-ñe’e que pertenece a la familia Tupí-Guaraní.

Cuentan los indios guaraníes que en un principio existía  solamente el caos, dentro de  una neblina primigenia llamada Tatachina acompañada de los vientos originales. Todo era oscuridad. En ese caos se creó a sí mismo Ñamandú -Ñanderusvusú o Ñanderuguasu-, Nuestro Padre Grande; también conocido como Ñanderu Pa-Patenonde, Nuestro Gran Padre Último Primero. Este dios se formó como si fuera una planta: primero aparecieron las raíces; o sea, las divinas plantas de los pies; luego, surgieron sus ramas, que son sus brazos con las manos florecidas de dedos y uñas; después, surgió la copa, Yeguaza,  cual una diadema de plumas y flores. El dios adquirió la forma de un árbol que se elevara hacia el Cielo. Vivía en su Morada Eterna, Yvága, que es el paraíso. En una ocasión, el corazón de Ñamandú empezó a emitir una fuerte luz que dio término a las tinieblas originales. Más adelante, creó el lenguaje, Ayvú, la Palabra Creadora. En seguida, procedió a crear a otros dioses, para que le ayudaran en su tarea: Ñanderu Py’a Guasu, Nuestro Padre de Corazón Grande, padre de las palabras; Tupá, dueño de las aguas, las lluvias y el trueno; Karai, dueño de la lama y del fuego solar; y Yaraira o Yakaira, dueño de la bruma de la neblina y del humo de la pipa que fuman los chamanes. Estos dioses fueron creados junto con sus esposas, y tenían la particularidad de no tener ombligo. Ellos iniciaron la creación del primer mundo. El Creador los hizo concientes de su divinidad y les otorgó la esencia sagrada del Ayvú.

Ñamandú un día se encontró con Nuestro Padre Sabio, Ñanderu Mba’ekuá, y juntos crearon una vasija de barro a la cual taparon. Al destaparla salió una mujer llamada Ñandesy, Nuestra Madre. Esta diosa se embarazó de cada uno de los dioses. Pero Ñamandú se enteró del adulterio de la que consideraba su fiel mujer, y se alejó de la morada celestial. La diosa, aún preñada, salió en busca de su esposo, se perdió y terminó devorada por los jaguares. Pero los niños sobrevivieron, ya que eran también dioses, y fueron criados por la abuela de los jaguares. Se llamaron Ñanderyke’y, Hermano Mayor, y Tyvra’i, Hermano Menor. Éste último era el hijo de Ñanderu. Después de muchas aventuras buenas y malas, en las que interviene el tío de los gemelos, Añá, que no los quería para nada, regresaron a la morada eterna junto a Ñamandú, en donde encontraron a su madre, la cual fuera revivida por su esposo. Entonces, Ñamandú le dio a Ñanderyke’y el control del día y le cambió el nombre por el de Ñaneru Kuarahy, Nuestro Padre el Sol. En cambio a Tyvra’i, le otorgó el control de la noche y le llamó Ñanderu Jasy, Nuestro Padre la Luna.

Para llevar  a cabo su Creación, Ñamandú tomó dos varas que nada podía destruir, las puso en forma de cruz y sobre ellas colocó a la Tierra. Para que no se moviera con los vientos originales, la afianzó con cinco palmeras sagradas llamadas pindó. Colocó una al centro y las demás en cada una de las esquinas de la Tierra: una al poniente en la casa de Karai: otra hacia el norte en el origen de los vientos nuevos; otra en el oriente en la casa de Tupá; y la última en el sur, en el origen del tiempo-espacio primigenio, el lugar de donde vienen los fríos vientos. Sobre las palmeras sagradas, se encuentra apoyado el firmamento.

En esta primera creación, en la Tierra, llamada Yvy Tenonde, Tierra Primera, se creó el mar, el día y la noche,  los animales (el primero fue la serpiente Mbói), crecieron las plantas, y, por último, aparecieron los hombres, quienes convivían con los dioses, no conocían las enfermedades, y siempre tenían qué comer. Pero todos ellos: animales, plantas y hombres eran tan sólo el reflejo.

Los verdaderos hombres fueron elaborados por el dios Tupá, Tupavé o Tenondeté,  el Dios Supremo, que creó la luz y el universo. Este dios vivía en Kuarahy, el Sol.  Estaba casado con Arasy, la Madre del Cielo, quien tenía como morada la Luna, Jasy. Una mañana la pareja de dioses bajó a la Tierra, a un lugar llamado Areguá,  que es una colina situada en el Paraguay. Desde este sitio crearon los mares y los ríos, los bosques, las estrellas, y a todos los seres que pueblan el universo. Tupá todo lo creó en una ceremonia especial: hizo dos pequeñas estatuas de barro mezclado con Kaà-ruvichá, La  Hierba Fabulosa; sangre de una ave nocturna llamada Yvyja’á;  hojas de plantas sensibles, como el jukeri (Mimosa Sepiaria); y la pasta hecha de un ciempiés, ambu’a, con agua del Lago Ypacarai. Puso las figuras a secar,  sopló sobre ellas y les otorgó la vida.  Al hombre y a la mujer así creados, los dejó con los angatupyry, los espíritus del bien, y con los taú, espíritus del mal. Hecho lo cual Tupá se fue. De tal pareja descienden los guaraníes y otros pueblos. La pareja original recibía los nombres de Rupavé, Padre de los Pueblos, y Sypavé, Madre de los Pueblos. Estos nombres se los dieron Tupá y Arasy. Tupá les dio muchos consejos para vivir y para aprovechar la tierra sin desperdiciar nada. Asimismo, les anunció la llegada de otros pueblos venidos de un lejano continente. Los primeros humanos tuvieron tres hijos y varias hijas. Tumé Arandú fue el primer hijo, quien era sabio y un magnífico profeta. Marangatú, el segundo hijo, fue un líder bondadoso y padre de Kerana, la diosa del sueño, quien dio a luz siete monstruos. Japeusá, Cangrejo, el tercer hijo, era mentiroso, tramposo y ladrón; le gustaba hacer las cosas al revés. Se suicidó y resucitó en forma de cangrejo. En castigo, desde entonces los cangrejos caminan hacia atrás. De las hijas que tuvo la pareja original, es digna de mencionarse Porasy, pues sacrificó su vida para librar a los hombres de los siete monstruos hijos de Kerana.

Un mal día, un hombre llamado Jeupié cometió incesto y tuvo relaciones sexuales con su tía paterna. Los dioses castigaron el pecado enviando a la Tierra un diluvio, Mba’e-megua Guasu, que la destruyó. En esas estaban cuando Ñamandú decidió crear otro mundo pero imperfecto. Le pidió ayuda a Jakaira para que esparciera una bruma vivificante por el mundo. Los que lograron sobrevivir al diluvio tuvieron que vivir en un mundo lleno de enfermedades, dolores y sufrimientos. Este mundo se llamó Yvy Pyahu, Tierra Nueva. El deseo de los hombres actuales es regresar de nuevo al mundo antiguo o Yvymara’ey, la Tierra sin Mal.

Hoy en día, los guaraníes viven en la esperanza de que haya una nueva creación perfecta; pero, mientras llega el momento, se conforma con llegar al Yvymara’ey, siguiendo las pautas de comportamiento que les dicta su sociedad, para ver si acaso logran acceder a esa tierra paradisíaca donde no hay dolor ni infelicidad.

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