Un escritor es un amigo, un padre, un consuelo, un milagro. Aunque nunca lo hayamos conocido de cuerpo presente, entablamos con él una relación profunda y cariñosa. Confiamos en él, que se manifiesta a través de sus personajes, sus argumentos y sus opiniones, de manera única y personal para cada uno de nosotros. Por eso su muerte es la pérdida de alguien cercano, la pérdida de una parte de nosotros mismos.
Letras de Cambio
Cómo te has dejado llevar a un callejón sin Sabina
Arrojé mi pantalón al piso. Mágicamente, el sudor se había transformado en polvo de hadas, en el polvo de la fée clochette (la Campanita de los bohemios), a quien buscamos a de bar en bar, en las noches perdidas donde nos encontramos envueltos en las notas de la negra noche en que pisamos el acelerador para huir de las arenas movedizas de la cotiadianeidad, atravesando el bajío como conductores suicidas, haciendo mucho-mucho ruido, para hacer como si hubiera donde hacerse fuerte, y llegar por fin a ponernos un trago más escuchando quinientas noches para una crisis. O quinientas crisis para una noche, porque cuesta llegar al Auditorio Telmex de Guadalajara desde la humilde Morelia de humildes sueldos y humildes personas que han perdido (o nunca la han tenido) la costumbre de perderse en las megaciudades.