Pachita, la curandera

A Bárbara Guerrero se la conoció con el nombre de Pachita. Nació en Parral, Chihuahua, por los años de 1900, sin que se sepa con certeza el año exacto. Quedó huérfana a muy temprana edad y un hombre de raza negra, procedente del Caribe la adoptó y le enseñó acerca de los viajes astrales y de cómo contactarse con los espíritus.

A los quince años volvió a quedarse sola, pues este hombre regresó a su lugar de origen para bien morir.

Su carrera de curandera empezó a temprana edad. Empleaba hierbas y limpias, hasta que un cierto día decidió que podía operar. El espíritu del Tlatoani Cuauhtémoc se introducía en su cuerpo y era el que le indicaba cómo operar a los enfermos, Pachita le llamaba El Hermanito.

Para llevar a cabo sus operaciones empleaba un cuchillo de cocina con el mango roto y reparado con cinta de aislar. Se sentaba frente al altar que tenía en su cuarto, cerraba los ojos y se concentraba hasta que escuchaba un zumbido en los oídos, lo que le indicaba que estaba lista para curar y que su estado natural había cambiado al caer en una especie de hoyo, un salto a la nada, donde su cuerpo era ocupado por el Hermanito Cuauhtémoc que le indicaría lo que necesitaba efectuar. Entonces estaba lista para proceder a sus operaciones ayudada por cirujanos astrales y de este mundo. Raúl Tortolero nos dice en uno de sus artículos: Con sus manos podía anestesiarte o inyectarte líquido, que ella llamaba balsámico. Su presencia era fuerte. Aún anciana y con los ojos nublados, no pasaba desapercibida. Cuando operaba era descrita como distinta, porque quien hacía las curaciones según ella misma y los ayudantes, era el espíritu de Cuauhtémoc, el último emperador azteca, quien no habiendo podido finalizar su misión por la invasión española, habría dejado inconcluso mucho camino de sanaciones y consultas.

Pachita no empleaba anestesia y la asepsia dejaba mucho que desear. La operación consistía en abrir el cuerpo del paciente – alumbrada solamente por velas- en el lugar donde se encontraba el mal, después de haber auscultado al enfermo empleando sus manos; cerraba los ojos y entonces podía “ver” la enfermedad. Sacaba el órgano enfermo, y cerraba la herida con las manos una vez que la había empapado con alcohol. Procedía a vendar al enfermo operado, lo cubría con una sábana, y dos horas después le enviaba a su casa tan tranquilo, con la orden de que reposar unos días. Pasado el lapso de tres días, al cuarto el paciente se bañaba y tomaba los hierbas en infusión, por ella recetadas; y, por último, le pedía al convaleciente que le rezara a los santos católicos, o a lo que creyese. Entonces el paciente dejaba de serlo.Para curar a sus enfermitos, Pachita materializaba los órganos que iba a cambiar y sustituía los malos por nuevos.

La curandera alcanzó fama mundial, llegaban a consultarla de todos los continentes, y a todos atendía. A los mexicanos les recetaba hierbas y a los extranjeros medicinas de patente. Ricos (entre ellos la esposa de José López Portillo) y pobres acudían a verla con la esperanza de ser sanados y eran muchos los enfermos que sanaban, sobre todo los que padecían enfermedades psicosomáticas, pues la mujer era estupenda psicóloga y pronto entendía la problemática del paciente.

Pachita también quitaba los “daños” que afectaban a algunas personas que habían sido embrujadas, y sacaba del sus cuerpos insectos y cosas repugnantes que envolvía en papel negro para deshacerse de ellas. Después de estas limpias todo iba bien para el hechizado.

Alejandro Jodorowsky que tuvo un estrecho contacto con la curandera Pachita, relata: … La vi cambiar el corazón a un paciente, al que pareció abrirle el pecho con un solo tajo, haciendo saltar un chorro de sangre que me manchó la cara. Pachita me obligó a meter la mano en la herida para que palpara la carne desgarrada. … Sentí llegar a ese hueco el nuevo corazón, al parecer comprado con anterioridad por Enrique, no se sabía a quién ni dónde, … . La masa muscular se había implantado en el enfermo de for­ma mágica. Este fenómeno se repetía en cada operación. Pa­chita tomaba un trozo de intestino que, no bien lo colocaba so­bre el «operado», desaparecía en su interior. La vi abrir una cabeza, sacar sesos cancerosos y meter allí nuevo tejido encefá­lico…

Esta extraordinaria mujer vivió en la Casa de las Brujas situada en la Plaza Río de Janeiro en la Colonia Roma, y murió en la Ciudad de México el 29 de abril de 1979. Su fama alcanzó niveles mundiales y fue investigada por muchos estudiosos.

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