No cualquiera accedía a la profesión de pochteca, porque se heredaba de padres a hijos. Y así como residían en barrios especiales, también estaban obligados a casarse con mujeres de familias del mismo gremio. Como la profesión había adquirido tanta dignidad, a los hijos de los pochtecas se les permitía estudiar en el Calmecac, famosa escuela para los hijos de nobles.
Obviamente esta profesión ta reconocida tenía sus propios ritos y dioses. Adoraban a Yiacatecuhtli, de quien afirmaban les había enseñado el arte de comerciar. Le honraban ofreciéndole papel con el envolvía su efigie. Asimismo, veneraban a los cinco hermanos y la única hermana del dios, quienes recibían los nombres de Chincoquiahuitl, Xomocuil, Nácatl, Cochimetl, Yacapitzahua y Chalmacacíhuat. A estos divinos hermanos les ofrecían en sacrificio esclavos y esclavas ataviados con las vestimentas de los dioses. Después de bañarlos, perfumarlos, darles de comer y agasajarlos con cantos y bailes, los sacrificaban en la fiesta llamada Panquetzaliztli. Los pochtecas adoraban también al báculo o bastón que utilizaban para apoyarse en sus largas caminatas, porque él representaba a Yacatecuhtli. Dicho báculo se hacía de caña maciza y se le llamaba otatl.
Cuando los pochtecas salían a comerciar, formaban caravanas dirigidas por un capitán. No partían cualquier día, sino que escogían el que tuviese signo favorable. Este era el noveno signo llamado ce-ácatl, uno caña, que por supuesto era reverenciado. Antes de cualquier partida celebraban una ceremonia en la que ofrecían papel cortado al dios del fuego, Ixcozauhqui. El papel se amarraba a un asta teñida de color rojo. La ofrenda se efectuaba a la medianoche, después de haber puesto frente a un hogar pepeles con la cara del sol dibujada con hule derretido. En seguida, los mercaderes se amarraban papel al pecho en honor al dios de la tierra, Tlaltecuhtli.
Cuando se determinaba el día fausto para la partida, los pochtecas tomaban un baño y se cortaban el pelo al rape, pues era costumbre que durante todo el trayecto no se lo cortasen ni lavasen, y sólo estaba permitido lavarse el cuello. Una vez efectuado dicho menester, se celebraba un convite en la casa de uno de los mercaderes principales o pochtecas tlatoques. Antes de empezar a comer y después de haber terminado, los mercaderes debía lavarse la boca y las manos. A continuación, escuchaban las palabras del viejo pochteca quien les deseaba que tuviesen un buen viaje y les exhortaba a que no regresaran antes de haber llegado a la meta indicada, pues de no hacerlo así, les caería la deshonra. Si había entre los expedicionarios un mercader que salía por primera vez, en el discurso se le instruía acerca de lo glorioso de la profesión, las dificultades que habría de padecer y de la fortuna y prosperidad que acarreaba ser cumplido y responsable.
Acabados los largos discursos, el que partía por primera vez, contestaba agradeciendo las recomendaciones. Dicho lo cual, todos los presentes comenzaban a llorar y se despedían los parientes del que salía de viaje. Entonces, el padre, la madre o la mujer y los hijos, no se lavaban el pelo ni la cara hasta que el viajante regresara sano y salvo, aunque el cuerpo sí era aseado. Si algún pochteca moría lejos del hogar, se le comunicaba inmediatamente la muerte al mercader viejo, quien avisaba a los deudos para que llorasen al muerto y realizaran los ritos funerarios. Después de cuatro días, los familiares se lavaban la cara y el cabello. En seguida, hacían la efigie del muerto con teas, o palitos de madera, y lo ajuaraban con ropas hechas de papel; colocaban una ofrenda también de papel frente a él y lo llevaban al teocalli del barrio en un cacaxtli o andadilla; le pintaban los ojos de negro y la boca de rojo; levantaban el cacaxtli sobre leños ardientes y dejaban que se consumiese la efigie. Sólo así, el pochteca podía ir a habitar la región del sol. Este ritual se llevaba a cabo en el quauhxicalco o patio central del templo.
Cuando se daba el caso de que el pochteca hubiese muerto por enfermedad y no a manos del enemigo, en lugar de llevarlo al patio del teocalli, lo quemaban en el de su casa al atardecer, a la hora en que el sol de ponía.
Después de los preparativos iniciales de la partida expedicionaria, llegada la noche los pochtecas emprendían el viaje. Una vez que comenzaba la marcha estaba totalmente prohibido volver la cara atrás, pues el hacerlo constituía una gran falta que se consideraba de mal agüero. Los mercaderes caminaban formando dos largas hileras, una a cada lado del camino. Los de más bajo rango y los esclavos, se encargaban de llevar las mercancías que habrían de intercambiar.
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