Los Pies de Loto Dorados o Chánzú. Segunda Parte

El procedimiento para lograr los pies de loto. El proceso daba inicio a los tres o cuatro años de edad, antes de que el arco del pie se desarrollara completamente y los huesos endurecieran definitivamente. El vendaje se llevaba a cabo durante los meses de invierno, cuando los pies están más insensibles y el dolor puede ser menor. Por medio de una consulta astrológica, se escogía un día conveniente para llevar a cabo el vendaje; ese día se les ofrecían panes de arroz a los dioses, a fin de que los pies de la niña elegida fuesen tan suaves como los panecillos de arroz y resultaran dóciles a la deformación.

Los pies de la niña se remojaban en agua con hierbas y sangre de animal, lo cual ablandaba la carne y, según la creencia,  evitaba cualquier clase de infección. Las uñas se cortaban y se daba un buen masaje los pies. Los dedos masajeados se dirigían hacia la planta de los pies con tanta dureza y presión que  se rompían. Obviamente, tal rotura provocaba en la niña un terrible dolor. La gran fuerza empleada para llevar los dedos hacia la planta  ocasionaba que el empeine también se rompiera. Con los dedos en tal posición, se daba inicio al vendaje empleando tiras de algodón que medían noventa centímetros de largo y cinco de ancho. Las vendas se preparaban con mixtura de variadas hierbas y sangre de animal. Entonces, daba inicio el vendaje, que consistía en envolver el pie empezando por  el empeine, bajo el pie donde estaban los deditos fracturados, y por detrás del talón. Los dedos rotos quedaban así presionados firmemente en la planta del pie. Cada pasada de la venda en el piecito debía ser más fuerte que la anterior, lo que ocasionaba un increíble dolor a la niña. Cuando se daba por terminado el vendaje, las vendas se cosían perfectamente para evitar que la jovencita pudiera quitárselas o aflojarlas. Al irse secando las vendas, se apretaban más y, por supuesto, el dolor aumentaba.

El pie roto requería de mucha atención. El vendaje se removía con frecuencia para revisar si el pie no presentaba heridas, y para cortar cuidadosamente las uñas, pues lo que más se provocaban eran infecciones; a pesar de que las uñas eran cortadas se producían heridas en los dedos y en la planta del pie; razón por la cual eran común que las uñas fuesen quitadas desde la raíz y sin anestesia. Cada vez que las vendas se quitaban se daba masaje a los pies para que las articulaciones se hiciesen más flexibles, y se mojaban los trapos en una cocción medicinal para evitar la necrosis de la carne. Entonces,  se volvía a vendar los pies con mayor fuerza, lo cual hacía el proceso cada vez más doloroso. A veces, se  golpeaba la planta de pie para asegurarse que éste estaba roto y continuaba flexible. Tal tratamiento de revisión, las personas adineradas lo podían hacer una vez al día; a las niñas campesinas se les realizaba sólo dos veces por semana.

La encargada de realizar el primer vendaje y las subsecuentes revisiones, era la mujer más anciana de la familia, o un profesional, lo cual era preferible ya que era indiferente al dolor que pudiera sufrir la niña ante tan bárbaro ritual, pues a veces el profesional rompía los dedos de los pies en varios lugares, para que pudieran doblarse al máximo y así alcanzar el tamaño ideal que eran siete centímetros.

A pesar de tener los pies rotos y con dolores increíbles, la niña debía seguir caminando como siempre, porque se pensaba que el peso de su cuerpo sobre los pies ayudaba a lograr mejor el propósito deseado. “Delgados, pequeños, puntiagudos, arqueados, perfumados, suaves y simétricos”, he aquí el canon de los pies de loto.

Las terribles consecuencias de tener pies de loto. Las consecuencias de esta práctica eran nefastas, pues causaba mucha inestabilidad en el cuerpo, lo que provocaba frecuentes luxaciones del tobillo. Las mujeres de pies de loto debían caminar con pasitos cortos. La presión del vendaje ocasionaba una denervación por compresión, los nervios del los pies perdían su sensibilidad. Las mujeres padecían dolores en la espalda, ya que el peso del cuerpo se distribuía desigualmente en los pies, y la columna se desviaba y se deformaba. Con los pies tan pequeños y la mala estabilidad, las mujeres de pies de loto sufrían continuas caídas, con las que se rompían la cadera y otros huesos de su pobre cuerpo. Las mujeres evitaban recargar su peso en la punta del pie, y su caminar más bien tendía a realizarse apoyándose en el talón, lo cual se traducía en un caminar tambaleante e inseguro. Con la edad se hacía necesario ayudarse con un bastón.

El problema más común eran las infecciones, pues a pesar del continuo corte de las uñas se provocaban heridas que se infectaban. A veces la infección llegaba hasta los huesos, los cuales se ablandaban, lo que permitía vendarlos más fuertemente y hacer el pie más pequeño. A las niñas cuyos pies eran más carnosos y por ello más difíciles de doblar, se les introducía entre los dedos pedazos de vidrio o de teja para provocar intencionalmente la infección que los haría más dóciles al vendaje. Obviamente, las infecciones solían derivar en septicemias y en la muerte. Los huesos rotos con el tiempo soldaban, pero quedaban muy frágiles y eran susceptibles de romperse; sobre todo en la etapa de la adolescencia, cuando aún los huesos son blandos de por sí. Además, lo ajustado de la venda provocaba que los pies tuvieran mala irrigación sanguínea, por lo que algunas heridas de los pies nunca se podían curar y la infección de los dedos pudría la carne.

Las niñas sometidas a esta tortura ya nunca llevaban una vida normal, no jugaban, no corrían, y debían apoyarse continuamente en las paredes. Cuando aún el pie no se acostumbraba al dolor, el único medio de locomoción que podían emplear era arrastrarse como serpientes.

Los pies de loto y la sexualidad. Los hombres chinos se volvían locos con unos pequeños pies de loto. Los encontraban eróticos, incluso existe un manual de la Dinastía Quing que enumera cuarenta y ocho formas de jugar sexualmente con ellos. A veces, los hombres no deseaban ver los pies desnudos, pues toda sensación erótica se borraba, por lo cual se les calzaba con los llamados zapatos de loto. Además, con el calzado se escondía el mal olor de los pies, ya que a pesar de la limpieza, en sus pliegues se depositaban microorganismos malolientes. Los pasitos cortos y tambaleantes de una mujer con pies de loto, eran sumamente excitantes para los hombres.

De más está decir que estas mujeres estaban incapacitadas para efectuar muchas tareas, tanto en el ámbito doméstico como en el social, y su participación en estos aspectos era casi nula. Eran mujeres dependientes completamente de la familia, de los hombres, y se mantenían casi en un completo encierro dentro de sus casas.

 Los zapatitos de los pies de loto. Las mujeres adineradas  acostumbraban tener muchos zapatitos con que calzar sus diminutos pies. Las mismas mujeres hacían sus zapatos con bordados primorosos. Los de color rojo eran los favoritos. Los bordaban con símbolos de la fertilidad y de la armonía o con aquéllos que desearan; eran tan bonitos que los exhibían en la casa en bandejas bellamente laqueadas, para que los invitados  admiraran el tamaño y la riqueza que hacía posible poseerlos. Los pequeños zapatitos se convirtieron en verdaderos fetiches sexuales.

Es un hecho comprobado que los hombres ricos de la época medieval de China, bebían el vino en vasijas que tenían la forma de los zapatitos,  se les designaba con el nombre de jinlian bei.

El último pueblo de mujeres con pies de loto. En el pueblo costero de Beijiao, de la provincia de Fujian, existen cerca de veinte ancianas, todas mayores de ochenta años, quienes aún tienen los pies achicados. Casi todos miden 7 y medio centímetros. El grupo de prensa Shenzhen entrevistó a Lin Fengfeng, mujer de 81 años, el 3 de julio de 2007. La mujer relató que en el año de 1931, cuando contaba con cinco años de edad fue sometida al tratamiento de los pies de loto, aun cuando la práctica estaba ya prohibida. Ella y sus amiguitas, gustaban de comparar sus pies para ver quién los tenía más pequeños y armónicos, y así conseguir un mejor partido cuando llegara la hora de contraer matrimonio.

Es del todo increíble que aún se sientan orgullosas de sus pies, y que gusten de arreglarse y de ponerse sus zapatitos cuando reciben visitas,  sobre todo de personas ajenas a su comunidad. Ninguna de ellas ha salido jamás de su pueblo. Fueron esposas de pescadores, ahora la mayoría son viudas que viven con sus hijos y nietos; las más capacitadas físicamente, ayudan en lo que pueden con los quehaceres domésticos. Se divierten platicando y jugando entre ellas.

Existe otra mujer de pies vendados que habita en el pueblo de Liuyi, provincia de Yunnan, llamada Zhou Guizhen, con más de 86 años de edad.

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