Con el nombre de amantecas se conocían en la sociedad mexica a los artistas que trabajaban las plumas finas para elaborar diversos objetos como capas, escudos, banderas, abanicos, huipiles y penachos. Llamábase amantecas debido a que, desde antiguo, se habían asentado en el barrio de Amantla, donde erigieron un templo dedicado a su dios principal llamado Coyotlináhual, El del Disfraz de Coyote (su nahual), quien compartía su adoración con otros dioses: Tizaua, Macuilocélotl, Macuiltóchtli, Xiutlati, Xilo, y Tepozcatécatl.
El dios Coyotlináhual llevaba una piel de coyote cuya cabeza quedaba justamente en la cabeza de la deidad. Los colmillos eran de oro, y todos los dientes muy puntiagudos y fuertes. En una mano portaba un báculo pleno de incrustaciones de obsidiana; en la otra, llevaba un escudo de cañas con refilete azul claro; sostenía el dios una olla de la que salían quetzales; se adornaba el cuello y los tobillos con caracoles pequeños; sus sandalias estaban hechas con las hojas de un árbol llamado íczotl, como símbolo de haber sido los primeros chichimecas que llegaron al Valle del Anahuac. Dicen los mitos antiguos que Coyotlináhual fue el encargado de hacerle a Quetzalcóatl su quetzalapanecáyotl, su penacho de plumas en forma de quetzal que cae.
Los demás dioses iban ataviados de manera similar al dios principal, solamente Tizaua no llevaba la piel de coyote, pero portaba el jarro con quetzales y orejeras de concha marina. Xiutlati iba vestida con un huipil de color azul, y Xilo con un huipil rojo teñido con grana. Los huipiles de ambas estaban ricamente bordados con infinidad de plumas de aves coloridas y exóticas. En una de sus manos llevaban cañas de maíz verde, en la otra, un hermoso abanico hecho también con plumas multicolores. Portaban joyel y orejeras de oro. Su cabellera estaba elaborada con papel, y las muñecas de los brazos y las piernas se adornaban con maravillosas y espectaculares plumas de aves traídas de todas las regiones de México. Por último, sus sandalias también estaban labradas con hojas del árbol íczotl.
Estos dioses contaban con dos fiestas anuales en los meses Panquetzaliztli , “levantamiento de banderas”, quinto mes del calendario, y Tlaxochimaco, “nacimiento de flores”, noveno en la cuenta de 365 días. En la primera fiesta se sacrificaba un esclavo al dios Coyotlináhual que se compraba para tal propósito, o se aceptaban voluntarios, que no eran esclavos, para el sacrificio. El esclavo se pagaba con mantas llamadas quachtli, y se le ataviaba como el dios cuando ya iba a ser sacrificado. Los amantecas de posibilidades económicas podían darse el lujo de sacrificar hasta tres esclavos.
Para la fiesta los ancianos, hombres y mujeres, eran los encargados de los cantos y de la velación de los hombres designados para el sacrificio. Para que no sufriesen de terrores ante la inminente muerte, los ancianos les daban a beber un poco de itzpachtli, para que se embriagaran y cuando llegara la hora de arrancarles el corazón estuviesen casi dormidos.
En la fiesta del mes Tlaxochimaco no había sacrificios humanos. Y estaba dedicada a todos los dioses de los amantecas ya mencionados. Las mujeres se juntaban en el templo del barrio de Amatlan y se ataviaban a la manera de las diosas Xiutlati y Xilo y se decoraban la cara con pintura de colores rituales. Por su parte los hombres amantecas se emplumaban las piernas con plumas rojas y ofrecían al dios a sus hijos e hijas para que entrasen en el Calmecac. En esta escuela, los hijos aprenderían el oficio de tultecáyotl, y las hijas se aprestarían a aprender a ser buenas tejedoras y teñidoras de tochómitl, las hojas de maíz secas.