Por fin Blurhépecha. Han pasado desastres, tragedias, nacimientos y renacimientos, mientras Blurhépecha esperaba su momento de aparecer. El jazz michoacano, antes tan poco poblado, se ha llenado de nuevos residentes, se ha expandido. Han aparecido en el país numerosas grabaciones de jazz. Los coordinadores del departamento de música de la SECUM han cambiado varias veces, los mismos secretarios de cultura han sido desplazados por otros. Artistoides se han encumbrado y han descendido a los infiernos. Los cielos han enfurecido y se han calmado, ríos de emociones se han secado y nuevos manantiales han brotado… mientras Blurhépecha seguía en el limbo.
Pero no fueron tiempos tranquilos. Efrén se pasó toda la espera buscando músicos, haciendo grabaciones con todos, arreglando tonos, enderezando los entuertos de aquéllos que perdían notas, compases, tiempos, tonos. Efrén llevaba a todos sus conciertos su equipo de grabación, además de su batería. ¿Me dejas conectarme a la consola?, preguntaba a los sonidistas. Acomodaba mil cables, ponía micrófonos. Luego, en el estudio que hizo en su casa, editaba, limpiaba, se enojaba.
Ya casi, decía, ya casi. Ya escribí el proyecto, ya grabé con fulano, ya me hizo mengano el saxofón… Se iba a Guanajuato a buscar un guitarrista que quisisera trabajar, le pedía a un bajista que estudiara los ritmos. Porque Efrén, que es un metrónomo humano, no permite que los demás se equivoquen. Oye los errores, sufre, quiere matar la grabación.
Cuando yo llegué a Morelia, Efrén era ya un mito: por su talento indudable, por su leyenda negra, por los padres que lo echaron a este mundo. Admirado por muchos, otros tantos lo alucinaban o lo criticaban o lo sufrían. Había historias de sobremesas de músicos que, al oír hablar de Efrén, daban rienda suelta a sus instintos. Pero nadie se atrevía jamás a negar su talento. Ya entonces Efrén hablaba de ese proyecto que le daba vueltas en la cabeza: fusionar el jazz y la música purhépecha. Ya en el 2000 estaba tocando con su banda, por la que pasaron David Villanueva, Omar Martín, Remi Álvarez Michael McLaughing, Neftalí López y muchos músicos más.
Este disco, Blurhépecha, debió haber salido a la luz hace diez años. En aquel entonces, Chamorro había grabado con Parceiro su jazz que fusionaba ritmos con sones. Los músicos cubanos habían fusionado el jazz con los ritmos negros hacía rato; Géraldine Equiluz, por su parte, había demostrado la imposibilidad de tales fusiones. Zapata no había grabado su fusión con los sones huastecos, ni Betsy Pecanins su Azul Tequila. Efrén había colocado algunos de sus temas en discos en donde acompañaba a otros, pero no lograba sacar un disco con sus piezas. De modo tal que esta noche Efrén paga una deuda enorme: la que tenía con el jazz mexicano… la que tenía consigo mismo.
El lugar le queda chico a Efrén. Las cien sillas de plástico que el Centro Cultural de la UNAM en Morelia puso en el patio principal, fueron ocupadas. Había gente de pie, o puesta por ahí por donde se pudiera. Estaba presente la familia de Capiz, amigos, seguidores, amontonándose ese viernes 23 de octubre. Gracias por el espacio, claro, pero Efrén se merecía un teatro. Estuvo el Sistema Michoacano. Lo entrevistaron, lo fotografiaron. Memo Wusterhaus juzgó que habían estado los que debían. Tal vez, si somos deterministas. Y, a pesar de todo el cariño y los aplausos de los presentes, considero que el espacio debió haber sido más grande, más protector.
Efrén ha llegado a los cincuenta años. Su vida personal nunca ha sido fácil. Ha tenido que enfrentarse con muchos demonios, entre los cuales, desafortunadamente, se encuentra el juicio superficial de otros músicos locales y fauna que los rodea. Eso explica, en parte, el retraso. Pero Efrén también ha contado con otros apoyos, sin los cuales no hubiera podido sacar adelante el disco. Demasiado quisquilloso, con una extraña manera de relacionarse, obsesivo, muchas veces roto, Efrén se ha superado a sí mismo para poder concluir este proyecto. “Los proyectos, son como grados académicos tú sabes lo que cuestan, los años que les dedica uno”, me dijo el doctor en desengaños.
De pie sobre el escenario, Efrén afirmó que su búsqueda era por la originalidad y para crear una identidad del jazz mexicano. Yo creo que, a lo largo de tantos años de jazz mexicano, ya se ha creado una identidad o, más bien, una diversidad identitaria. Las personalidades que pueblan el país del jazz tienen voces muy diferentes y muy interesantes. Tienen propuestas originales y atrevidas. Y todas ellas, en conjunto, conforman la identidad del jazz mexicano. Freejazzeros, boperos, inetiquetables, iconos, renegados, jóvenes, ególatras, malportados, especialistas en fusiones y en di(s)fu(n)siones, todos han aportado algo al jazz. Yo detesto el concepto de nacionalidad porque todos nacemos donde podemos en un mismo planeta, y porque las fronteras son conceptos político-económicos. Sin embargo, respeto el apego que muchos tienen por su sistema cultural, por su significación sociomítica. Y es en este sentido que hablo de jazz mexicano y que me gusta incluir en él a descendientes de argentinos, chilangos, michoacanos, gringos residentes y demás. Y que me parece válido tomar influencias de todas las culturas que nos conforman, las que nos van quedando más cerca por razones muchas veces misteriosas.
En ese territorio del jazz mexicano, definitivamente está la propuesta de Efrén como una parte importante, no sólo porque sea original o porque era necesaria la exploración de esta fusión del jazz con la música purhépecha, sino porque Capiz es un gran músico y uno de los más grandes talentos del jazz mexicano. No es sólo un baterista que toca bien: es un profesionista muy completo, capaz de hacer arreglos, de entender los componentes armónicos y melódicos, que ha estudiado las composiciones de la música mexicana en varios perídos históricos, que sabe de las tradiciones purépechas, románticas, clásicas, contemporáneas de México. Es un oído que ha escuchado todo eso desde la formación jazzística y desde su primera formación artística como bailarín folklórico.
Del disco, ha salido un tiraje de mil ejemplares, pero sólo cincuenta le ha proporcionado la Secretaría de Cultura. Los demás, dijo Efrén, están siendo auditados. Yo huelo una historia que probablemente nuca tendré ganas de averiguar porque debe de estar llena de líos y mengambrea. En el concierto participaron David Villanueva al piano, Israel Almanza en el bajo, Jasmine Lovell-Smith en el sax soprano y Frida Contreras en la voz. Porque Efrén decidió que algunas de las piezas tenían que ser cantadas, como Flor de canela o Lindo Michoacán, a las que Efrén ha hecho arreglos de jazz, que Frida se esmeró en seguir. También le toca a ella hacer el tema, en scat, de Pátzcuaro blues, rola que, contó Efrén, iba a ser estrenada en el Jazztival 2009 y no lo fue. Yo imagino la sórdida historia que se esconde detrás de esas palabras. La saboreo. La escupo. Como siempre, David hace un trabajo muy digno: calienta primero y luego ya se siente más a sus anchas para continuar, a través de las piezas, sus solos de piano. El trabajo de Almanza es muy firme, estupendo por momentos. Y la elección de un saxofón soprano me parece muy buena: su timbre combina muy bien con las intenciones sonoras de la fusión buscada. Efrén construye varios solos excelentes a lo largo de las diez piezas interpretadas en escenario Blurhépecha —las mismas que conforman el disco—; pero en Cambio climático, una pieza que escribió por encargo de Dominique Jonard, Efrén entró en su solo como en una casa mágica. Ya no veía nada, no veía a nadie, ni siquiera a la muchacha que pasó delante de él varias veces, medio desnuda en el frío horrible con el que Paty, lacrimosa y terrible, nos había visitado. Efrén miraba hacia adentro: se encontraba únicamente con él mismo. Habitaba su solo en 6/8 con contratiempos y redobles sin perderse nunca: estaba en el país del solo, en la ciudad de calles que daban vueltas coro tras coro y en donde caminaba, respiraba, se plantaba como su único habitante posible.
Encima de un charquito de lluvia, Efrén había colocado un tableado. Dos. En Son colorado, empezó en la batería y, ya con sus botines de baile, se trasladó al tableado a hacer un zapateado de cinco, precioso, en tempo, y bailaba mientras David hacía un solo de piano. Eva Capiz se unió a su hijo. Y otra vez me ocurrió lo mismo que me ha venido pasando a través de los años cada vez que escuchaba a Efrén Capiz: aprendí que el ritmo se lleva con los pies y las manos porque se lleva, en realidad, con el corazón, con las sístoles y las diástoles en tiempo fuerte y débil, con las tarquicardias en redoble, las arritmias en contratiempo, las emociones que doblan el tempo. Efrén regresó a bailar batería. En el silencio comprendí que yo no sé nada del transcurso del tiempo, pero, mientras lo oía, creía entender, como el que cree atrapar, con el rabillo del alma, la gloria de Dios.
En el disco habitan mucho más músicos: todos los que Efrén pudo cazar, pudo coleccionar para que le hicieran parte de la música que él tenía en la cabeza, en la parte del cerebro que conecta el nervio auditivo con el éter. Es que Efrén nunca está satisfecho, ni con él ni con los demás. Pareciera que un día escuchó con claridad la música de las esferas y su recuerdo lo estuviera torturando desde entonces con su perfección, y le manchara de imposible los performances humanos. Los pies en los botines, las manos en las baquetas, el oído en lo perfecto, Efrén nunca puede ser saciado.
Han pasado varias vidas en el viaje de este disco. Y varias manos: las de Aarón Cruz, ese increíblemente maravilloso bajista, las de Roberto Vizcaíno, las guitarras de Lelo de la Rea y de Ken Bassman, el sax de Diego Maroto, por supuesto, el piano de David Villanueva, la voz de Frida, entre muchos otros. En la parte de atrás, veo logos de la SECUM, CONACULTA, Gobierno del Estado, que me hablan de todos los recorridos burocráticos y personales que Efrén ha recorrido, que me susurran todas las historias que han ocurrido. Veo a Héctor, entonces coordinador del Departamento de Música, dándose cabezazos y hablando con Efrén, veo a Iván Lara sonriendo, a Efrén llegando tarde, cargando con sus fierros, guardando y perdiendo archivo en su computadora, a Wusterhaus tomando fotos, a Aarón tocando los cielos, a Ethel riendo y llorando y construyendo el camino hacia delante. Los veo a todos borrosamente. Y me da un salto el corazón: Efrén está ahí, con el micrófono en la mano, agradeciendo, mientras el disco está en la mesa de ventas. Era justo. Era hora. Sé que Efrén tiene mucho material grabado y muchísimo potencial en su cabeza de músico maldito. Toneladas de talento que ofrecer. Quisiera poner una plegaria en el aire, la plegaria de los sueños cumplidos, de lo futuros abiertos, de las posibilidades concretadas, para que los dioses cuiden a los artistas, para que el Lobito regrese, para que Raúl sane, para que Efrén siga grabando. Amén.