Ante todo, hago la salvedad de que estoy en contra de las corridas de toros, por su terrible crueldad contra el animal. Sin embargo, no se puede negar que fue una de las más importantes diversiones primarias en historia de la colonización de la Nueva España. Y es a este hecho histórico y cultural al que quiero referirme en este artículo.
A los conquistadores españoles debemos, entre otras cosas buenas y malas, la introducción de las corridas de toros en nuestro país. Las raíces de esta práctica se encuentran en el culto al toro como deidad y su sacrifico ritual en la civilización minoica de la Edad del Bronce. A España llegó el juego de toros con la dominación romana, que da comienzo en la Tarraconense y poco a poco se va extendiendo por todo el territorio de Hispania. Los romanos acostumbraban efectuar juegos de luchas con fieras, en los que frecuentemente se utilizaban toros, que cazaban, y entre los cuales se llevaban a los más fieros a los circos y anfiteatros; tales juegos llevaban el nombre de “venationes”. Al paso del tiempo, esta costumbre se fue propagando por toda España, y las corridas, o juegos de toros como se les llamaba, se siguieron efectuando durante la ocupación visigoda. Se tiene noticia que en Cuéllar, Segovia, en 1215 se celebraban fiestas de toros. En la época de Alfonso X, llamado El Sabio, el juego de toros había alcanzado profesionalidad; los matatoros o toreadores recorrían los pueblos y ciudades de España, y a cambio de cierta paga, divertían a las personas toreando a pie y haciendo toda clase de suertes con los toros. Poco a poco los juegos de toros se fueron refinando, hasta llegar a conformarse las corridas de toros casi tal cual las conocemos hoy en día.
Una de las primeras preocupaciones del capitán Hernán Cortés al conquistar México, fue la de criar ganado para la lidia, aparte de la necesidad que se tenía de tener carme para el consumo de los conquistadores. Dicen las crónicas que la primera corrida que se efectuó en la Nueva España, tuvo lugar en el año de 1523, el 14 de junio. En el repartimiento de Calimaya, que fuera otorgado por el Capitán a un primo suyo de nombre Juan Gutiérrez de Altamirano, se encontraba la hacienda de Atenco, en donde había ganado caballar, lanar y bovino, traído de España y del Caribe. En esta hacienda estaban las reses más bravas, y en ella fue en donde se llevó a cabo la primera corrida de toros en tierra mexicana.
Juan Gutiérrez de Altamirano fue el primo y albacea de Hernán Cortés, encomendero que fundó la primera ganadería de toda América, en las zonas no solamente de Calimaya, sino de Tepemayalco y de Metepec, en lo que es actualmente el Estado de México. Gutiérrez nació en 1490 en Salamanca, España, y se casó con otra prima de Cortés en la Ciudad de México, llamada Juana Altamirano. El dinero de Gutiérrez, más la suculenta dote que le dio Cortés a su prima, hicieron un capital lo suficientemente basto como para que se llevase a cabo el negocio de la empresa agrícola y ganadera del encomendero. Así pudo fundar la enorme hacienda de Atenco, que ha producido por muchos siglos los toros de lidia y a la que se considera la más antigua que existe.
En la Ciudad de México, la primera corrida de toros tuvo lugar en 1529, en el sitio donde más adelante estaría la Plaza del Volador, en donde está ahora la Suprema Corte de Justicia, y donde antaño se encontraba la Acequia Real. Después de esta primera corrida, Nuño de Guzmán, que tenía como cargo ser el Presidente de la Primera Audiencia y Gobernador Pre-Virreinal de Nueva España, ordenó que todos los años, en la Fiesta de San Hipólito, patrono de la ciudad, se toreasen siete toros, pudiéndose matar solamente a dos, para beneficio de los hospitales y monasterios. Para el historiador José de Jesús Núñez, la primera corrida se celebró el 24 de junio de 1526, como parte de los festejos que se realizaron con motivo de las Fiestas de San Juan Bautista.
En 1535 ya era habitual celebrar la llegada de los virreyes con varios días de corridas de toros, que se acompañaban con el juego, muy en boga, conocido como Juego de Cañas, de origen árabe, y en el que se simulaban combates con hombres a caballo, armados de cañas y escudos. Y en 1538, el virrey don Antonio de Mendoza ordenó que se llevaran a cabo juegos de cañas y corridas de toros, para festejar la Paz de Aguas Muertas, con la que se ponía fin al conflicto entre Carlos I de España y Francisco I de Francia. En la organización de tan magna fiesta colaboró Hernán Cortés muy activamente.
En estos inicios del toreo en México, el corral de los toros estaba frente a donde se encuentra hoy el Monte de Piedad, y había un portal en donde se colocaban los atabaleros y los trompeteros que amenizaban la fiesta. Pero pronto se abandonó este sitio y las corridas se efectuaron en la Plaza del Volador, como queda dicho.
El virrey Luis de Velasco y Ruiz de Alarcón, segundo virrey de la Nueva España (1550-1564), para celebrar que la Real Audiencia de Lima había avisado de la derrota de Francisco Hernández de Girón, que se había sublevado contra el rey de España y había sido ejecutado en Lima por su atrevimiento, mandó que se llevasen a cabo corridas de toros y juegos de cañas. El coso taurino se adornaba lujosamente con estandartes de plumería indígenas, y con tapices de damasco y de los Países Bajos para que los asistentes, los nobles y las autoridades, gozasen cómodamente de las corridas. Se distribuía vino, licores, pastelillos y dulces que se elaboraban en las cocinas del virrey o eran traídos desde los conventos de la ciudad.
Cuando en 1585, llegó a la Nueva España el virrey Álvaro Manrique de Villamanrique, el arzobispo Pedro Moya de Contreras, que dejaba el cargo de virrey, ordenó que se torearan novillos con bolas de alquitrán en los cuernos y copetes. El apogeo de las corridas de toros tuvo lugar a finales del siglo XVI, cuando gobernaba don Luis de Velasco y Castilla (1590-1595 y 1607-1611), a quien fascinaba la fiesta brava.
En épocas del virrey-arzobispo fray García Guerra, quien amaba las corridas de toros sobremanera, se construyó un coso en la Palacio Virreinal, y se prohibió el tráfico de vehículos en la Plaza Mayor durante las corridas. En este tiempo la afición a las corridas era muy grande, no solamente gustaban de ellas los españoles sino que también eran del gusto de los criollos y de los mestizos, y aun se dice que de los indígenas. Se lidiaban toros por las plazas y calles de la ciudad. Pero, a pesar del auge que tenía la fiesta brava, en los tiempos en que fue virrey Juan de Palafox y Mendoza (1633-1653), las corridas de toros se interrumpieron, pues se trataba de un obispo muy austero y no le gustaban los juegos de toros. Sin embargo, las corridas se reanudaron con el mandato de fray Payo Enríquez de Ribera, con motivo de su nombramiento como Capitán General de la Nueva España, se llevó a cabo una fiesta taurina que hizo época, por su fastuosidad. En ella participaron cien caballeros disfrazados de variados animales.
Estos fueron los inicios de una fiesta que no debía existir en nuestros días.
me da gusto que un anti taurino hable de toros, eso demuestra lo fascinante del tema