La Muerte fotografiada: Romualdo García

Los inicios de una costumbre necrófila. La costumbre de fotografiar a los muertos cual si estuvieran vivos, se inició en París, en la Douce France. Al muerto se le vestía con sus mejores ropas y se le tomaba la foto junto a sus familiares; o bien, a él solito. No constituía una costumbre muy bien vista, pues se la consideraba revestida de un cierto carácter morboso.

Ya mucho tiempo atrás, durante el Renacimiento (movimiento cultural de los siglos XV y XVI en la Europa Occidental) se tenía la costumbre, para aquellos que pudieran pagarlo, de hacerle un retrato a los difuntos, con el fin de recordar que los hombres son mortales: memento mori, frase latina recordatoria, originada en la Roma Antigua, cuando a los generales victoriosos de alguna contienda, mientras efectuaban el paseíllo de la victoria, les perseguía un siervo que iba diciendo como un estribillo: – Memento mori, memento mori, a fin de que los generales no se volviesen presumidos, pretensiosos, y prepotentes en la ejecución del poder.

La costumbre de la pintura mortuoria renacentista se extendió por toda Europa en el siglo XVI. Sobre todo era frecuente que realizaran retratos de religiosos o de infantes. Los niños muertos se retrataban con el propósito de preservar la pureza de un ser querido que el Buen Dios se había llevado para convertirlo en un angelito.

Cómo se hacían las fotografías post mortem. A fin de que el difunto que iba a ser fotografiado no pareciese tan muerto y diese el aspecto de que estaba con vida, se les solía maquillar; o bien la fotografía se coloreaba a mano después de ser tomada. Primero se tomaron daguerrotipos de los muertos, que surgiera en 1839, gracias a Louis Daguerre, quien perfeccionó las técnicas de Joseph Nicéophore Niépce. En los daguerrotipos, la imagen se formaba sobre una superficie de plata pulida (o de cobre plateado que salía más barato) y la imagen revelada estaba formada por partículas de aleación de mercurio y plata, pues los vapores de mercurio producían amalgamas en la parte plateada de la placa empleada, que había sido expuesta a los vapores de yodo, con el fin de que fuese fotosensible. Con esta técnica, que llevaba su tiempo, se retrataron muchos muertos en actitudes de la vida cotidiana, como por ejemplo sentados en una cena familiar. Cuando se quería indicar que la persona había muerto joven, era frecuente que los fotógrafos pusieran a su lado una rosa con el tallo cortado. A veces los relojes de los retratados mostraban la hora de su deceso. A las monjas se las retrataba con sus mejores hábitos floridos, así como a los militares con sus lujosos uniformes.

Era costumbre que a los retratados se les fotografiase como si estuvieran vivos: con los ojos abiertos, y acompañados de sus familiares. Otras veces, se trata de simular que se encontraban dormidos, como sucedía con los niños, a los que sus padres solían sostener en su regazo, como si estuvieran esperando que despertarse de un momento al otro. Otra manera de fotografiar a los difuntos era en su ataúd o en su lecho de muerte adornado con una profusión de flores.

La fotografía post mortem en México y Romualdo García Torres. Para el siglo XIX la costumbre de fotografiar a los muertos había llegado a América Latina, y por supuesto a México, donde se destacaron varios fotógrafos en este peculiar arte. Tal es el caso del jalisciense Juan de Dios Machain, de quien se tiene una colección de fotografías que llega a los cien ejemplares. Este fotógrafo retrataba a los muertos en su estudio o en la casa de los difuntos. Otro fotógrafo destacado fue Romualdo García, nacido en Guanajuato, quien formó una importante colección de miles de retratos que tomó en su estudio. Asimismo, Agustín Víctor y Miguel Casasola, tan conocidos por sus fotos de la Revolución Mexicana, no desdeñaron tomar fotografías post mortem.

De las fotografías post morten de Romualdo García, muchas se perdieron en la inundación que devastó a la Ciudad de Guanajuato en el año de 1905. Este fotógrafo fue muy destacado y su trabajo mereció el premio de la medalla de bronce en la Exposición Universal de París, llevada a cabo en 1889, cuyas fotografías y negativos que dejó a la posteridad, constituyen un valioso documento de las costumbres guanajuatenses de la época. El magnífico acervo de su trabajo se puede conocer en la fototeca  “Romualdo García” del Museo Regional de Guanajuato Alhóndiga de Granaditas.

Romualdo García nació en Silao, Guanajuato, pero estudio en la Escuela de Artes y Oficios de Guanajuato, donde se dedicó a la música por algunos años. Sin embargo, poco después cambió de giro y se dedicó a la fotografía. Su estudio lo montó en la Calle de Cantarranas 34, en la hermosa Ciudad de Guanajuato. Pronto su taller alcanzó mucha fama, y a él acudían los habitantes de la ciudad  y de otras poblaciones, atraídos por su indiscutible arte. Fotografió a toda clase de personas, y de todas las clases sociales. Es por ellos que su obra en su conjunto, se convirtió en un inestimable documento social de la época.

Romualdo retrató también a los muertitos, desde finales del siglo XIX e inicios del XX. Se diría que fueron los niños difuntos su especialidad, pues retrató a los “angelitos” de muchas formas. Acostados en su cuna, en el ataúd, en los brazos de sus padres o de sus abuelos y padrinos. Todos ellos quedaron plasmados en sus magníficas fotografías post mortem.

La Fototeca “Romualdo García”. La recopilación del acervo de esta fototeca se debe al muralista José Chávez Morado, quien las adquirió a las dos hijas menores de Romualdo García, quienes deseaban vender los negativos que se encontraban en el archivo de su padre, mismo que se encontraba bastante descuidado. La compra se realizó en dos partes: una en 1975, la cual constaba de tres mil cuatrocientos veinte un negativos; de la segunda compra se desconoce la fecha exacta. Con las fotografía de Romualdo García, a  más de las de otros fotógrafos, en 1982, la fototeca contaba con una colección de veintidós mil novecientos cincuenta piezas, que abracan un período de cien años de la vida cotidiana de los habitantes de Guanajuato. El material fotográfico rescatado está clasificado en ocho fondos. El Fondo Romualdo García consta, sobre todo, de retratos en gelatina sobre vidrio, que comprenden un período que va de 1906 a 1914.

La fototeca “Romualdo García” se inauguró en el año de 1993 por la entonces Directora General del Instituto Nacional de Antropología e Historia, Teresa Franco.

 

 

 

 

 

 

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