Conocemos como guanches a los antiguos pobladores de las Islas Canarias, comunidad autónoma de España. Este grupo cultural realizaba la momificación con fines religiosos relacionados con el tránsito al más allá. Según sus creencias, con ello se conseguía estatus social, a la vez que se protegía el cuerpo.
Tal práctica se realizó en las siete islas que integran el archipiélago: El Hierro, La Gomera, La Palma, Tenerife, Fuerteventura, Gran Canaria y Lanzarote; aun cuando por sus momias la más sobresaliente fuera Tenerife.
A la momificación los primeros cronistas de las islas la llamaron mirlado. Parece ser que no todas las castas que conformaban la sociedad de los guanches, recibían el derecho a ser momificadas adecuadamente, ya que existían varios procedimientos en atención a la clase social y a la solvencia económica del muerto. La momificación de los menceyes, los reyes, recibía los mayores cuidados.
Existe una momia guanche muy conocida que se llama la Momia de San Andrés. Se trata de un hombre de casi 30 años cubierto con seis tiras de piel de cabra, encontrado en una cueva de enterramiento sobre una plancha de madera. A esta momia, una de las mejor conservadas, se la encontró en un barranco en la isla de Tenerife, en el Macizo de Anaga, famoso porque se trata de un sitio arqueológico de gran riqueza. La momia perteneció a lo que en vida fuera un mencey. Actualmente, se encuentra expuesta en el Museo de la Naturaleza y el Hombre, en Santa Cruz de Tenerife.
A más de la momia mencionada se cuenta con muchas más, tanto del género masculino como del femenino, incluyendo entre ellas a momias infantiles. Todas ellas distribuidas en los diferentes municipios de la isla de Tenerife.
Las momias guanches se dieron a conocer en el siglo XVI, por los conquistadores castellanos. Uno de los cronistas llamado fray Alonso de Espinosa, afirmaba en 1594 que cuando un personaje moría el cadáver se lavaba y se le introducía por la boca una mezcla de manteca derretida, con polvos de brezo, corteza de pino, piedra tobosa y plantas aromáticas. Por cinco días se dejaba secar el cuerpo al sol, y se le envolvía con tiras de piel de animal. Así, se convertía en momia.
Tiempo después, en 1632, otro fraile de nombre Juan Abreu Galindo nos cuenta que el cadáver del recién muerto se lavaba con agua fría dos veces al día, para luego ser ungido con manteca y espolvoreado con piedra pómez, toba, polvo de corteza de pino, y hierbas aromáticas.
Por otra parte, fray Alonso de Espinosa en su Historia de Nuestra Señora de Candelaria, fechada en 1594, nos relata: …tomando el cuerpo del difunto, después de lavado, echábanle por la boca ciertas confecciones hechas de manteca de ganado derretida, polvos de brezo y de piedra tosca, cáscaras de pino y de otras no sé qué yerbas, y emutíanle todo esto cada día, poniéndole al sol, cuando de un lado, cuando de otro, por espacio de quince días hasta que quedaba seco y mirlado, que llamaban xaxo. En este tiempo tenían lugar sus parientes para llorarle y plantearles, que otras obsequias no se usaban; al cabo del cual término, lo cosían o envolvían en un cuero de algunas reses de su ganado, que para este efecto tenían señaladas y guardadas, y así, por la señal pintada la piel se conocía después el cuerpo del difunto. Estos cueros los adobaban con mucha curiosidad gamuzados y los tenían con cáscaras de pino, y con mucha sutileza los cosían con correas del mismo cuero, que casi le parecía costura. En estas pieles adobadas cosían y envolvían el cuerpo del difunto después de mirlado, poniéndole muchos cueros de estos encima, y algunos ponían en ataúd de madera incorruptible, como es tea, hecho todo de una pieza, y cavado no sé con qué, a la forma del cuerpo, y de esta suerte lo llevaban a alguna inaccesible cueva, puesta en algún risco sajado, donde nadie pudiese llegar, y allí lo ponían y dejaban, habiéndolo hecho en esto el último beneficio y honra.
Los guanches creían que cuando un hombre nacía estaba conformado por una parte física y una espiritual. Al morir, la parte espiritual se iba al más allá, pero le hacía falta la parte física, de ahí la necesidad de la momificación. Los enterramientos más antiguos datan, según nos informa la técnica del Carbono 14, del siglo II d.C. hasta el XV d.C., siglo de la colonización guanche.
Todo el proceso de la momificación duraba quince días cuando de los reyes se trataba, diez para los nobles y cinco para el pueblo común y corriente, pero que podía pagarse el servicio. Las mujeres eran las encargadas de embalsamar a las mujeres, así como los hombres a los individuos de su mismo sexo. Otra versión nos dice que los achicasnai, quienes constituían la casta guanche más baja, eran los encargados de la momificación, ya que algunos de entre ellos eran curtidores o matarifes. Así, los achicasnai se encargaban de salvaguardar las técnicas empleadas, a la vez que mantenían vivos los actos rituales que acompañaban a la mencionada práctica.
A los cuerpos comunes no se les sometía el proceso de evisceración, éste se reservaba para el mencey. Para quitar las vísceras se hacían incisiones en la parte baja del abdomen y se frotaba el cuerpo con picón, resina de pino, sangre de drago (Croton Lechleri de savia roja y espesa), leche del cardón (especie de cactus), tabaiba (arbusto del género Euphorbia) y otras sustancias requeridas. Esto se realizaba con el fin de que el cuerpo quedase completamente seco.
Nada se sabe acerca de cómo los guanches aprendieron a momificar a sus muertos. Parece ser que en el pasado existió un grupo de sacerdotes que conocía el procedimiento del embalsamamiento, guardado en riguroso secreto. Pero de ello nada ha quedado escrito.