Como todo lo trascendente en la vida de los mexicas, la sal contaba con una deidad de nombre Huixtocíhuatl, Señora de Huixtotlan, cuya festividad se realizaba en el séptimo mes Tecuilhuitontli, La Pequeña Fiesta de los Señores. Por supuesto que esta diosa era la santa patrona de los trabajadores y los vendedores de la sal, aparte de ser también una diosa de la fertilidad y del agua salada. Fray Bernardino de Sahagún nos dice al respecto:
El que trata en sal, hácela o la compra de los otros para revenderla; y para hacerla junta la tierra salitrosa, y juntada remójala muy bien y destílala y cuélala en una tinaja; y hace formas para hacer panes de sal. El que revende la sal que compra de otros, llévala fuera para ganar con ella, y así no pierde ningún mercado de los que hacen por los pueblos de su comarca, donde venden panes redondos o largos, como panes de azúcar, gordos y limpios, sin ninguna arena, muy blancos sin resabios, y a las veces venden panes que tienen resabios de cal desabrida, venden también a las veces panes delgados arenosos, y venden también sal gruesa y sal que no sala bien.
A Huixtocíhuatl se le atribuía el haber inventado la sal a resultas de que sus hermanos, los dioses de la lluvia, los tlaloques, por dificultades y pleitos que tuvieron con ella, la habían enviado en castigo a vivir a las aguas saladas del lago. El haber descubierto la manera de extraer la sal, le había hecho ganar la honra y veneración del pueblo.
Para realizar su fiesta de elegía a una mujer que asumía el papel de diosa. A la doncella se la vestía de color amarillo, se le colocaba en la cabeza un penacho de plumas verdes, orejeras de oro fino a semejanza de flores de calabaza y se la vestía con un huipil ornamentado con olas pintadas y con chalchihuites. En los tobillos lucía caracoles de oro amarrados con una tira de cuero de tigre. Sus cacles eran de algodón tejido y en la mano portaba un escudo pintado con hojas de atlacuezona del que colgaban plumas de papagayo terminadas en flores. En la otra mano llevaba un bastón en cuya parte alta mostraba adornos de papel goteado con ulli, hule, y flores también de papel, llenas de incienso, a cuyo costado podían verse plumas de quetzal. El Códice Matritense del Real Palacio, la describe así:
Su pintura facial amarilla, su gorro de papel con penacho de quetzal,
sus orejeras de oro. Su camisa con representación de agua, su faldellín con representación de agua. Sus campanillas, sus sandalias. Su escudo con una flor acuática. Tiene en una mano su bordón de junco.
Durante diez días la “diosa” bailaba acompañada de mujeres jóvenes y viejas, unidas todas a una cuerda, y coronadas de guirnaldas, llamadas xochimécatl, elaboradas con la olorosa hierba iztauhyatl,. Unos hombres viejos iban delante dirigiendo y guiando el canto de las mujeres llevando en las manos flores de cempoalxúchitl. La “diosa” iba en medio de todas sus compañeras esperando el último día en que debía morir sacrificada. Asimismo, todos los que miraban el baile llevaban en las manos flores de cempasúchil y de iztauhyatl. Por la mañana del día de la celebración, los sacerdotes llevaban al templo de Tláloc a los cautivos que se sacrificarían en honor de la diosa de la sal, tan venerada en tierras indias.