La cruz: espacio y tiempo de los pueblos indígenas

Dirigida hacia los cuatro puntos cardinales, formada por dos líneas que se cruzan perpendicularmente, la cruz es el principio básico de todos los símbolos de orientación. En ella se sintetizan el tiempo y el espacio de acuerdo a la rotación del mundo, y a la salida y ocaso del dios Sol.

Algunas culturas indígenas reconocen siete rumbos cósmicos: norte, sur, este y oeste, más el espacio vertical hacia arriba: nadir, y una dimensión interior o centro. Con base en ellos, se articulan los mitos sobre el origen de la vida, las leyes del cosmos, los planos del universo, y los ciclos agrícolas y festivos; es decir, toda la cosmovisión indígena manifiesta en el diario quehacer.

De la matriz cosmográfica mesoamericana, cada grupo indígena ha dado vida a la suya propia, enriquecida con aportes ideológicos y culturales, occidentales y asiáticos. Tan fundamental es la cruz cósmica, que deviene el eje sustancial de la vida cotidiana y ceremonial de las comunidades indias. No sin razón Jacques Soustelle afirmaba que “la cruz es el símbolo del mundo en su totalidad”.

La organización del cosmos se estructura en espacios simbólicos superpuestos, en donde la Tierra es el punto central de equilibrio entre el espacio celestial, el Cielo, y el Inframundo. En la cosmovisión de los pueblos indígenas, el Cielo es el símbolo sacralizado del universo, del movimiento circular y regular de los astros. Es el lugar donde reina el Sol como dios omnipotente, y donde se nutre la idea de la existencia de órdenes superiores al mundo físico y terrenal, a los que se rinde culto y veneración desde la Tierra.

La Tierra es el lugar donde viven los hombres, la sustancia universal. Fuente del ser, la Tierra brinda la vida o la quita en un continuo ciclo de fecundidad, muerte y regeneración. La Tierra, madre nutricia, ofrece su espacio rotundo y variado, para que moren en él los pueblos indios, la respeten y veneren. La presencia humana le da un nuevo sentido y la connota como el plano cósmico donde adquieren significado las acciones de los hombres.

Por su parte, el inframundo se concibe como una región húmeda y oscura, plena de ríos subterráneos y cuevas que comunican con la superficie terrestre. En las cuevas se guardan las semillas nutricias que otorgan al Inframundo su carácter simbólico de fertilidad y renovación. En él habitan algunas almas gimientes y descarnadas, así como ciertas divinidades maléficas o benéficas, que los indios adoran desde el gran templo de la Tierra.

Terminemos con una cita de Francisco López de Gomara quien nos dejó el siguiente testimonio:

… A causa de este oráculo e ídolo, venían a esta isla de Acuzamil (Cozumel) muchos peregrinos y gente devota y agorera, de lejas tierras, y por eso había tantos templos y capillas. Al pie de aquella mesma torre estaba un cercado de piedra y cal tan alta como diez palmos, a la cual tenían y adoraban por dios de la lluvia, porque cuando no llovía y había falta de agua, iban a ella en procesión y muy devotos; ofrecíanle codornices sacrificadas por aplacarla la ira y enojo que con ellos tenía o mostraba tener, con la sangre de aquella simple avecica. Quemaban también cierta resina a manera de incienso, y rociábanla con agua. Tras esto tenían por cierto que llovía. Tal era la religión de estos acuzamilanos, y no se puede saber dónde ni cómo tomaron devoción con aquel dios de cruz, porque no hay rastro ni señal en aquella isla, ni aun en otra ninguna parte de Indias, que se haya en ella predicado el Evangelio hasta nuestros tiempos y nuestros españoles. Estos de Acuzamil acataron mucho de allí en adelante la cruz, como quien estaba hecho a tal señor.

Obviamente Gómara tenía razón y no se trataba de la cruz cristiana, sino del símbolo maya para la representación de los cuatro puntos cardinales o los “cuatro vientos.”

 

 

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