Itztli, la obsidiana sagrada de los mexicas

La obsidiana, itztli como le llamaron los mexicas, es una roca ígnea volcánica muy apreciada y venerada en las culturas mesoamericanas. Su belleza es increíble: es transparente y brillante, su colorido abarca diferentes tonalidades pues hay obsidiana verde, café, violeta, café-rojiza, la llamada obsidiana meca; azul, negra y jaspeada. Según se la corte, puede variar de color, pues es una piedra mágica.

Entre los mexicas el oficio artesanal de la obsidiana fue un trabajo sumamente importante desde el punto de vista económico, del que se sustentaron muchas sociedades. La Sierra de las Navajas, localizada en el sureste del estado de Hidalgo, desde la antigüedad ha sido uno de los yacimientos más explotados, y aún en nuestros días sigue proporcionado este material volcánico. A este yacimiento, los mexicas le dieron el nombre de Toltecaiztli, la Obsidiana de los Maestros, y de Itztépetl, el Cerro de Obsidiana. Su nombre español, se debe a la imaginación de Alexander von Humboldt, quien le llamara así por la enorme cantidad de lascas de obsidiana que presenta en sus faldas. Dicho cerro fue explotado por los teotihuacanos, toltecas y aztecas, alcanzó su máxima actividad en la época de la ciudad de Teotihuacan y de la cultura mexica. En el cerro se llevaron a cabo excavaciones, perforaciones y se construyeron pozos. Cerca de las minas se encontraban los campamentos de los mineros. La extracción de la obsidiana se llevo a cabo por medio de bocaminas, perforaciones de tiro vertical de uno y medio centímetros de diámetro, con una profundidad de treinta metros. En los lugares donde el itztli estaba a poca profundidad, la explotación se realizaba a cielo abierto con excavaciones de quince metros de profundidad; este tipo de excavación fue muy usada por los mexicas. Asimismo, se realizaron pozos de extracción en forma de cráter de seis metros de diámetro y tres de profundidad. Los instrumentos que sirvieron para la extracción de la piedra martillos y picos de riolita (roca ígnea volcánica de color gris) y basalto, encontrados en las minas, las bocaminas y los campamentos de mineros. Los instrumentos utilizados para extraer la obsidiana fueron sobre todo martillos y picos de riolita y basalto. Los más importantes tributarios de obsidiana del imperio mexica, se encontraba cerca de los yacimientos de Pachuca, Hidalgo, y en localidades del actual Estado de México.

Los mexicas la clasificaban según sus características: obsidiana blanca, gris y transparente; obsidiana de los maestros, otoltecaiztli; verde azul con visos dorados; itzcuinnitztli, obsidiana jaspeada; obsidiana meca, café-rojiza empleada para puntas de proyectil; obsidiana común, negra y opaca, para hacer raspadores y objetos bifaciales; obsidiana negra, brillante, transparente y translúcida.

En los talleres mexicas se trabajaba la obsidiana desde su estado de núcleo y preforma hasta lograr el objeto deseado, lo que hace pensar en una manufactura en cadena y en la existencia de un oficio muy especializado. Los talleres se localizaban en los grandes centros urbanos como Teotihuacan, Otumba, y Huapalcalco, y en ciudades menos importantes y rurales. Se asentaban en los calpullis o barrios, y debían pagar tributo al Estado que controlaba la distribución de los objetos elaborados y el suministro de la materia prima.

Existían artesanos mexicas que fabricaban objetos comunes en obsidiana; otros que se dedicaban a la lítica pulida; a más de aquellos que eran verdaderos artistas del itztli que fabricaban figurillas, espejos, bezotes, orejaras, cuentas de collares, y mil objetos más. A más estaban los artesanos que trabajaban en el teocalli, la casa del tlatoani, encargados de fabricar los objetos ceremoniales, como cetros y esculturas, y las armas para la guerra tales como navajas, cuchillos, puntas de proyectil, puntas de flechas y nacuahuitl. Los artesanos estaban organizados en gremios y el oficio se transmitía de padres a hijos. El gremio de los artesanos en obsidiana contaba con sus propios dioses preferidos como Papaloxáhual, Macuilcalli, Tlapapalo, Nahaulpilli y Centéotl.

En la cultura mexica a los muertos comunes se incineraban después de haberles vestido con sus mejores galas y atado en posición fetal. Entonces se les envolvía con varias telas y se les amarraba con sogas hasta formar una especie de fardo funerario. En seguida, se les adornaba con banderas de papel y plumas, y se les colocaba una máscara esculpida o decorada con mosaicos. Ya que estaba preparado el cuerpo, se le ponía sobre una hoguera cuyo fuego alimentaban ancianos encargados de esta tarea. Los restos de huesos y cenizas, los primeros cabellos que se le habían cortado al muerto cuando niño y los últimos cortados ya difunto, junto con la piedra colocada en la boca antes de la incineración, llamada chalchihuitl, cuya función consistía en sustituir, simbólicamente, al corazón para que no se quemara y afectara alma, se guardaban en una vasija que se colocaba en el altar doméstico o en el templo del barrio correspondiente. Pero si se trataba de un macehual, gente del pueblo, le ponían por corazón una texoxoctli o una humilde obsidiana.

 

 

 

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