Los mexicas fueron el último grupo nahua proveniente de Aztlan, una isla situada en una laguna, posiblemente localizada en los mares del actual estado de Nayarit. Después de un largo peregrinar, se asentaron en un islote del lago de Texcoco y fundaron una de las más grandes civilizaciones de Mesoamérica. La música ocupó un lugar muy importante dentro de su cultura y estaba indisolublemente ligada al canto y a la danza. Estas tres artes formaban una unidad cuyos elementos dependían unos de otros, pues se cantaba, se bailaba y se tocaba música al mismo tiempo. Los danzantes formaban un gran círculo en cuyo centro se situaban los músicos con sus diferentes instrumentos, según lo ameritaba el género de música interpretado. En los palacios del tlatoani y de los jefes mexicas, había un grupo permanente de músicos, danzantes y cantores avocados exclusivamente a su servicio. Se sabe que la música era muy variada y complicada, y no elemental como algunos cronistas tratan de hacerlo creer. Los hallazgos arqueológicos de instrumentos musicales, los dibujos en la cerámica, las diversas figuras de barro, los códices y algunos relatos de los cronistas del siglo XVI, permiten conocer y deducir la complejidad de la música y de los instrumentos musicales mexicas.
La música prehispánica no contaba con una notación musical, razón por la cual no quedó testimonio de las melodías y los ritmos musicales. Sin embargo, se conoce que hacia los siglos 500-900 a.n.e., los músicos habían alcanzado una gama de más de ocho sonidos, a más de tener un evolucionado sistema de armonía. La música tenía básicamente dos funciones: una ritual ejecutada en las grandes fiestas religiosas que se efectuaban en fechas determinadas a lo largo de los dieciocho meses del año indígena; y otra de esparcimiento tocada en las fiestas particulares de los palacios y los patios de los señores de la nobleza. También se tocaba música profana en los mitotes, celebraciones colectivas y populares en las que participaban danzantes, acróbatas, titiriteros y cómicos.
El Cuicacalli: escuela de canto, música y baile. Los mexicas contaban con una escuela especial llamada Cuicacalli o Casa del Canto, en donde se enseñaba canto, música y baile: Era un amplio edificio con un gran patio central, alrededor del cual se encontraban las habitaciones y en donde se llevaban a cabo las enseñanzas y los ensayos. El Cuicacalli estaba cerca del Templo Mayor de Tenochtitlan, en lo que actualmente es el Portal de Mercaderes. Dos sacerdotes tenían a su cargo esta escuela: el Ometochtli, representante del Dios del Pulque; y el Tlapitzcaltzin, Señor de la Casa de las Flautas. Al Cuicacalli acudían los estudiantes del Calmecac y del Telpochcalli, las dos grandes escuelas de guerreros y de sacerdotes del Anáhuac, así como los jóvenes provenientes de los calpulli o barrios de la ciudad, que mostrasen habilidades para la música y el canto. Los alumnos se escogían cuidadosamente, a fin de que se convirtieran en excelentes músicos. Si alguno de ellos desafinaba o ejecutaba un golpe o sonido con torpeza, era castigado con severidad e incluso podía recibir la muerte si la falta ocurría en el transcurso de la ceremonia. Cuando los alumnos dejaban la enseñanza y se convertían en músicos gozaban de amplios privilegios tales como el estar libres de impuestos o tributos, en consideración a los importantes servicios proporcionados a la comunidad. En otro edificio llamado Mixcoacalli se guardaban los múltiples instrumentos que servían para el aprendizaje y ejecución de música en las festividades dedicadas a los dioses de la región azteca.
Xochipilli-Macuixochitl: dios de la música, el canto y el baile. Xochipilli era el Dios de la Música, la Danza y el Canto. Su nombre significaba Principe de las Flores. Tenía dos símbolos calendáricos: Ce Xóchitl, “1Flor” y Macuilxóchitl, “5 Flor”. De ahí su segunda advocación. Su templo se encontraba ubicado detrás de la actual catedral de la Ciudad de México. Las ofrendas que se le dedicaban estaban compuestas por los numerosos instrumentos musicales de la cultura mexica. Su figura era la de un hombre desnudo, desollado, con el cuerpo pintado de rojo, una flor en la boca, un escudo con cuatro piedras dibujadas y su cetro en forma de corazón. Solíase representarlo con un tocado de danzante, o con un penacho que simulaba la cresta de un ave. En la espalda llevaba un abanico con la bandera del Sol enhiesta, rematada con plumas de quetzal. En las caderas poníanle un paño bordado de rojo. En las manos ostentaba un par de sonajas con las que acompañaba el ritmo de sus pasos dancísticos, cuyos pies ejecutores calzaban sandalias de oro. Los cronistas hacen referencia a esa deidad y a todos sus atributos. Los mexicas la representaban en los códices, en la escultura, en las figuras de barro y en la decoración de algunos instrumentos musicales que se han encontrado en las excavaciones arqueológicas de la calle de Guatemala.
Continuará…