Los “hombres de la tierra”, mapudungun, como ellos mismos se denominan, habitan la zona centro-sur de Chile y el suroeste de Argentina. En Chile existen 604,349 mapuches; y en Argentina 105,000. Hablan la lengua mapudungun, “lenguaje de la tierra”. Este idioma no tiene relación con otras lenguas indígenas de América, por lo que se la clasifica como una lengua aislada; aun cuando ha habido diferentes intentos para clasificarla lingüísticamente.
En el principio de los tiempos en la Tierra existía mucha quietud, todo estaba tranquilo. Un cierto día, Elche, como se llama el Gran Espíritu Creador, el dios primigenio que habitaba el Cielo, se sintió aburrido de tanta quietud y decidió poblar la Tierra.
Antes de que la Tierra fuera poblada, los espíritus miraban desde arriba y todo lo que veían era el vacío y no les agradaba. Elche, les permitió hacer con las nubes formas variadas. Al poco tiempo, bajaron del Cielo algunos espíritus que conocían el lenguaje de la naturaleza y llevaron con ellos el idioma mapuche. Estos seres fantásticos fueron los ngenes, espíritus dueños de la naturaleza; los pillanes, espíritus benignos masculinos relacionados con los volcanes y las montañas; y los wangülen, espíritus benignos femeninos relacionados con los humanos, ya que uno de ellos fue elegido esposa del primer ser humano. Tales espíritus creadores primordiales están hechos de luz, sueño, comprensión y pasión. No tienen edad, pero son jóvenes, aunque muy antiguos. Están estrechamente relacionados con Pu-am -representación del alma universal- que participa de todos ellos, a la vez que son parte de él, pues Pu-Am los hubo creado.
Pasado un cierto tiempo, el dios primario creó a Ngnechén, el patrón y el Dueño de los Hombres. Es el Ser Supremo. Este dios que posee atributos contrarios, ya que a la vez que es femenino es masculino; es joven y también viejo. Ngenechen es el espíritu o la deidad que gobernaba a los hombres antes de que llegaran los blancos y lo mataran. Ngenechen llevó a los antepasados al lugar que hoy habitan. Desde el Cielo dirige los destinos humanos para que sigan las leyes y tradiciones que el dios ha indicado y puedan vivir en paz y armonía en la Tierra.
A la diosa madre, la esposa del rey Sol, Antu o Chau, la llaman la Luna, la Reina Azul, la Reina Maga, o Antu Kushe, que significa Anciana Reina Luna. El Sol y la Luna tuvieron varios varios hijos. Antu, el más importante de los espíritus pillán, creó el Cielo, las estrellas y las nubes; así como la Tierra, los ríos y los bosques. Sólo le bastó entreabrir los dedos de la mano para que surgieran los animales, y los mapuches. Desde el Cielo vigila sus creaciones; cuando llega la noche lo releva de sus tareas la Anciana Reina Luna.
Los hijos del Sol y la Luna crecieron. Los dos mayores empezaron a codiciar el poder del padre y pensaron que ya era muy viejo para reinar, por lo cual mal aconsejaron a sus hermanos menores para derrocarlo y tomar el poder. Para llevar a cabo su traición bajaron a la Tierra por escaleras de nubes. El dios lo supo y se enfureció ante este motín filial. Iracundo, con una mano agarró a sus hijos por el mechón que llevaban en las coronillas, y los arrojó sobre las montañas. Sus cuerpos se hundieron en la tierra formando tremendos agujeros. La madre Kushe lloró lágrimas tan grandes que lavaron las montañas y llenaron de agua los agujeros; y así se formaron los lagos Lácar y Lolog. El Dios Padre hizo volver a la vida a sus dos hijos, pero convertidos en una serpiente alada, Kai-Kai Filu, encargada de llenar por siempre de agua los lagos y los mares. Pero la serpiente siguió odiando a su padre y provocaba tremendas catástrofes marinas y terremotos. Entonces, el Dios, al darse cuenta del peligro que corrían sus criaturas, hizo una serpiente buena con barro, la llamó Tren-tren, le dio vida y la destinó a vigilar a la serpiente mala, para que no provocara catástrofes. También ordenó la misma tarea a otros de sus hijos.
A pesar de las medidas tomadas, él mismo decidió bajar a la Tierra para estar entre los mapuches y vigilarlos. Para bajar se puso un vestido de cuero y se rapó la cabeza. Llegado a la Tierra de en medio, enseñó a los mapuches a ser cumplidores, respetar el tiempo, sembrar, cosechar, seleccionar las semillas y conservar los alimentos. Además les dio el fuego. En ese momento tomó el nombre de Kume Huenu, que significa Lo Bueno del Cielo. Pero cuando el dios regresó a su casa, los humanos olvidaron todas sus enseñanzas, y se peleaban, se insultaban y asesinaban. El Dios, enojado, mandó a la serpiente mala a asustar a los hombres agitando la superficie del lago; pero la serpiente buena, que vivían en la Montaña de la Salvación, lo oyó y envió a los hombres a esconderse al cerro Ten-Tren, avisándoles por medio de un silbido. Sin embargo, fue demasiado tarde, el dios mató a todos los mapuches con rayos de fuego que formaban grietas en la montaña. Sólo un niño y una niña se salvaron de caer en las grietas. Los niños fueron amamantados por una zorra y un puma hembra. De ellos dos descienden todos los mapuches actuales. El Gran Chau murió con los hombres, por eso fue posible que al llegar los hombres blancos casi exterminaran a los mapuches.