Cuando el indio mata en la caza o en la guerra, debe realizar ritos de reconciliación, de purificación o de duelo, a fin de restablecer el equilibrio roto. Los nuestros no mataban jamás como lo hacen los blancos; para nosotros era una cosa sagrada y honrábamos grandemente a los muertos en la batalla, incluso cuando eran enemigos.Testimonio de Alce Negro, indio de las praderas.
La costumbre de quitar la cabellera a las personas después de muertas, y aun en vida, es muy antigua. Hacia el año 400 a.C., constituía una práctica común entre los escitas de Eurasia, subcontinente comprendido entre Asia y Europa. Hace 400 años d.C. Herodoto, el historiador griego, escribió al respecto en el Libro IV (4,64) de Historias:
El soldado escita raspa el cuero cabelludo para limpiarlo y lo ablanda estrujándolo entre sus manos. Orgulloso de su trofeo, cuelga la cabellera a las bridas de su caballo. Mientras más cabelleras cuelguen, más orgulloso estará y más estima obtendrá de sus congéneres. Muchos acostumbran hacerse capas con las cabelleras que van coleccionando.
Despojar de la cabellera al enemigo fue un ritual muy practicado durante las batallas por los visigodos, pueblo antiguo germánico; así como por los francos, habitantes de la actual Francia; los lombardos, establecidos en Italia; y los anglosajones, asentados en la vieja Inglaterra, en el siglo IX.
En América, tal costumbre fue observada por los europeos entre los hurones, iroqueses, apalaches, chichimecas, y otras tribus más. Los chichimecas cortaban un rodete del cuero cabelludo en vida de la víctima, y les quitaban los nervios del cuerpo con los cuales amarraban las puntas de sus flechas de pedernal. Los indios de los alrededores de Tamuín, municipio del estado de San Luís Potosí, les quitaban el cuero cabelludo a los enemigos, sobre todo a los blancos, y se colgaban el trofeo al cuello. El propósito de esta práctica se basaba en el orgullo de poseer un trofeo de guerra y la constancia de que se ha abatido al enemigo.
Sin lugar a dudas, el scalping es más conocido por la práctica que de ella hacían ciertas tribus de indígenas norteamericanos. La costumbre inició en el siglo XIV, como lo prueba una fosa común, encontrada por los arqueólogos modernos en Dakota del Sur, la cual contenía 500 víctimas de alguna batalla que tuvo lugar en tal época, entre las que se encontraban cadáveres con el cuero cabelludo arrancado.
La arqueología ha suministrado datos irrevocables de su existencia en los sitios encontrados a lo largo del los ríos Missouri y Mississippi, en donde se han encontrado cráneos que presentan marcas indicadoras de que fueron escarapelados, por medio de cuchillos de piedra. Por ende, podemos decir que la costumbre de quitar el cuero cabelludo a los enemigos durante las batallas se acostumbró entre los indios de Norteamérica desde épocas anteriores a la llegada de los blancos a tierras americanas. Existe un testimonio que data del siglo XVI el cual menciona que de tal práctica era usual entre indios hurones, iroqueses, abenakis, asinibones, mandans, arikaras, entre oros más. Cuando los indios regresaban de la guerra con sus cabelleras como trofeos, se llevaban a cabo rituales y ceremonias festivas en la tribu, sobre todo si habían ganado la batalla. Los guerreros retornaban a sus aldeas emitiendo gritos de triunfo y júbilo. Los sioux entregaban las cabelleras a sus mujeres o a sus hermanas quienes danzaban ritualmente con las cabelleras ensartadas en una percha. Para estos grupos indígenas no solamente la cabellera era un trofeo, sino también las orejas, las manos y los genitales de los enemigos.
Fue tan importante el regreso de los guerreros con sus cabelleras, que los sioux contaban con una danza especial, cuya descripción fuera recopilada por un señor llamado George Catlin en 1844. Cuando los guerreros regresaban a sus aldeas, iniciaban la danza a la luz de las antorchas formando un círculo. Dentro de éste se colocaban doncellas quienes sostenían en sus manos los trofeos obtenidos por los guerreros; éstos danzaban y saltaban blandiendo sus armas y gritando desaforadamente. El ritual duraba quince noches consecutivas.
Además de ser considerada la cabellera como un trofeo de guerra, poseía una connotación mágica, ya que al obtenerla, también se adquiría la fuerza vital del adversario. Era, pues, un símbolo de vida. Así por ejemplo, entre los sioux, escarapelar a un hombre era más que quitarle su cabellera y su fuerza vital, era tomar su espíritu, pues ellos creían que el alma estaba asentada en el pelo capilar. Los iroqueses, así como muchas tribus más de Norteamérica, pensaban lo mismo, creencia basada en el hecho maravilloso del crecimiento del cabello aun después de muertas la personsa.
En 1700, los indios de las praderas escalpelaban a sus enemigos y el hecho llevaba aparejas obligaciones como consta en el informe enviado por un fraile misionero a las antiguas Naciones de Luisiana:
… a su regreso no dormían con sus mujeres, ni comían carne; no podían tomar nada salvo pescado y la nata de la leche. La abstinencia se prolongaba durante seis meses. Si no se observaba, se imaginaban que el alma de la víctima que habían matado les causaría la muerte a través de la brujería, que nunca volverían a tomar provecho de sus enemigos, y que la más mínima herida que recibieran sería mortal…
Por otra parte, las cabelleras tenían función mágica, pues se creía que eran poderosos amuletos que protegían contra la muerte a los guerreros que entraban en batalla. Los indios de Norteamérica acostumbraban quitar la cabellera de los blancos, con el fin de asustarlos e impedir que invadieran sus tierras. Cuando cortaban una cabellera, se limpiaba de la carne y la sangre que les quedaban adheridas y se ponía a secar al fuego.
Contamos con un testimonio debido a la pluma de Pierre Pouchot, quien en sus Memorias de la guerra de última hora en América entre Francia e Inglaterra constata en 1765 lo siguiente:
En seguida que un hombre cayó, un soldado corrió hacia él, metió su rodilla entre sus omóplatos, tomó un mechón de pelo en una mano y con su cuchillo en la otra. Cortó alrededor de la piel de la cabeza y jaló con fuerza y rapidez la cabellera.
Gracias al testimonio de un artista francés, sabemos que los indios timucuans de la Florida empleaban cañas sumamente filosas, como si fueran hojas de acero, para cortar la piel de la cabeza. Hacían un corte desde la frente hacia la nuca, y tiraban fuertemente a fin desprenderla. Cavaban un hoyo en el suelo al que calentaban por medio brasas y depositaban la cabellera en el agujero, lo que permitía secar completamente el cuero cabelludo. Éste, más los huesos del enemigo, se colgaban de la lanza guerrera, como un signo de triunfo. El rito de la escalpación terminó hacia el siglo XIX.