Nuestra palabra papelderiva del vocablo papyros, nombre con el que los antiguos griegos designaban al material sobre el cual los egipcios registraban los hechos históricos, épicos y los cantos litúrgicos de su religión. Este papel se fabricaba de la médula del papiro, planta ciperácea que crece a orillas del Nilo.
Hacia finales del siglo III a. C., el uso del papiro fue sustituido por el pergamino, inventado en Pérgamo, ciudad de Asia Menor. El pergamino se elaboraba con pieles no curtidas de ternera o cabrito. Este material pronto fue reemplazado por un maravilloso invento chino, pues en el año 105, un funcionario de nombre Ts’ai-Lun dio al mundo uno de los materiales más importantes para el registro de la historia de la Humanidad: el papel propiamente dicho.
A mediados del siglo VIII, durante una guerra emprendida entre chinos y árabes por la posesión de Samarcanda –antigua Maracanda y centro intelectual de los musulmanes-, éstos apresaron a un grupo de fabricantes chinos de papel. Como resultado, los árabes aprendieron las técnicas de manufactura y adaptaron el uso de papel a su cultura; y ya para el año 793, el papel empezó a elaborarse en Bagdad por primera vez.
Cuando los árabes conquistaron España, establecieron en esas tierras la industria del papel y su uso fue rápidamente aceptado por los cristianos españoles. En el siglo XIV el empleo del papel se había extendido a Alemania, Francia y otros países de occidente.
El papel más antiguo estaba hecho de materias primas fibrosas, en las que se empleaban tanto paja y madera como algodón y lino. Para fabricar el papel, la materia prima debía reducirse a pulpa golpeándola y mezclándola con agua para preparar la pasta que se convertirían en hojas de papel por medio de moldes o bastidores. Este trabajo se hacía a mano, pero en 1150 por primera vez se empleó, en Játiva, España, el molino de papel movido con fuerza manual y después con energía eólica o hidráulica.
En los primeros años del virreinato en la Nueva España, el papel que se empleaba para escribir los documentos oficiales se traía de la Metrópoli. Pero dadas las dificultades y el retraso que ello implicaba, en el año de 1575, por cédula real expedida por Felipe II, se otorgó la concesión, por veinte años, para elaborar papel en tierras americanas a Hernán Sánchez de Muñón y a Juan Cornejo. Cinco años después, se establecía el primer molino de papel en el pueblo de Culhuacan. Mientras tanto, y ante la inicial escasez de papel, los frailes evangelizadores emplearon el papel indígena para satisfacer sus necesidades de escribanos.
En la zona cultural que los arqueólogos denominan Mesoamérica, los indígenas emplearon para dar fe de sus registros históricos y culturales materiales tales como la piedra, la madera, la concha, las pieles de animales y el papel, el cual es muy probable que haya sido inventado por los olmecas de Olman, “el país del hule”, pueblo de gran cultura nutriente de muchas otras, quienes incluso llegaron a utilizar vestidos hechos con fibra de amate.
Con el papel, los pueblos mesoamericanos elaboraron una especie de libros que, actualmente, conocemos con el nombre de códices. Se trata de largas tiras de amate, a veces hasta de diez metros, plegadas a la manera de los biombos, provistos en ambos extremos de una tapa de madera y en los que se escribía por las dos caras.
Los códices, en los que se registraba la historia, la ciencia, la mitología, la genealogía de los soberanos y las batallas o conquistas militares, sirvieron a los mixtecos, zapotecos, toltecas, nahuas, totonacos, huastecos y mayas. Cada uno de estos grupos dio nombre al papel según su idioma; pero a partir de la Conquista, la nomenclatura se generalizó y el papel indígena se llamó, genéricamente, amatl o amate, como hasta nuestros días. En épocas precolombinas, el papel amate no se utilizaba solamente para escribir, sino también como material imprescindible en ceremonias religiosas y rituales de diversa índole. Por ejemplo, como banderines para adornar el bulto mortuorio o las piras funerarias; como adornos sagrados de las vestimentas de los dioses, llamados amatetéhuitl; como atavío y adorno de los prisioneros que serían sacrificados a los dioses; y como vestimentas de las pequeñas figurillas que representaban dioses y que los indígenas llamaban tepitones. Asimismo, con papel se hacían las amacalli, “casa de amate”, o coronas que se colocaban en la cabeza de algunos dioses tales como Chicomecóatl, deidad del maíz. Chalchiuhtlicue, diosa del agua, o Napatecuhtli, dios de los tejedores de petates. En las ceremonias que se efectuaban para despedir o recibir de sus largos viajes a las caravanas de los pochtecas o comerciantes, los objetos de papel estaban presentes en los atavíos y en las ofrendas que dedicaban a los dioses por sus favores y protección. Para algunas ceremonias, las personas de pocas posibilidades económicas se confeccionaban ropa de papel, como lo hacían hace un poco más de cincuenta años, los lacandones de la selva chiapaneca. A pesar de la importancia que tuvo el uso del papel en el México antiguo, el procedimiento para elaborarlo no fue lo suficientemente registrado por los cronistas como para saber todos sus pormenores. Sin embargo, podemos inferir su fabricación del método que han empleado, en nuestros tiempos modernos, ciertos grupos indígenas de nuestro país.