El trigo trigo, a lo largo del tiempo, se ha convertido en el cereal por antonomasia para la fabricación de los panes, que le han servido al ser humano para alimentarse en su cotidianidad, a la vez que han devenido un alimento religioso y ritual.
Al igual que las culturas mesoamericanas obsequiaron con pan de maíz a sus divinidades, las europeas y las culturas del Oriente Medio hicieron uso del pan de trigo para honrar y venerar a sus dioses, e, incluso, para representar simbólicamente su esencia divina. Tal es el caso de la ceremonia de la Santa Eucaristía de la religión católica, cuyos orígenes se remontan a las ceremonias ofrecidas a Agni, Dios del Fuego de la religión védica de la antigua India, del fuego que permite cocinar los alimentos, ahuyentar las tinieblas y calentar al hombre. La conmemoración del nacimiento de Agni iba acompañada de un ritual muy elaborado en el que intervenían el pan y el vino que se le ofrendaban en el altar. Trozos del pan sagrado se distribuían entre los sacerdotes y los fieles, quienes los comían convencidos de que habían comulgado con el dios. De dicha ceremonia deriva el Santo Sacramento de la Eucaristía, palabra proveniente del griego que significa “buena caridad” y, por extensión, “acción de gracias”. Al sacramento también se le suele llamar Santa Comunión, Comunión, Cena del Señor -como la llama San Pablo en su libro Corintios (XI, 20)- Santísimo Sacramento del Altar, y Sacramento del Cuerpo y Sangre de Cristo.
La Eucaristía es el rito más relevante del cristianismo y el sacramento más importante. Fue instituido por Jesucristo durante la cena de Pascua que compartió con sus doce apóstoles en Jerusalén, la misma noche en que fuera traicionado por Judas y aprehendido por los soldados romanos. La Santa Eucaristía comprende la bendición y consagración del pan y el vino, las acciones de dividir el pan y verter el vino en el cáliz, la distribución de los elementos entre los comulgantes, la declaración por parte del sacerdote de que este sacramento se hace en memoria del sacrificio de Cristo, y la comunión de los fieles.
Cuando el 1º y 2 de noviembre colocamos pan en la ofrenda de muertos, estamos realizando el mismo rito de agregación inmerso en la ceremonia de la comunicación eucarística. El pan obsequiado a las ánimas adquiere, por un proceso de transmutación, las mismas características de la hostia. Como los católicos obligatoriamente deben confesarse por lo menos una vez al año, por Cuaresma o Pascua, al colocar pan en la ofrenda se les está brindando a los muertos la oportunidad de realizar la comunión el Día de los Fieles Difuntos, desde su morada en el más allá. Junto a este simbolismo eucarístico, encontramos que en muchas de nuestras comunidades indígenas y mestizas, el pan representa a las ánimas de los muertos, cada pan colocado en la ofrenda simboliza el alma de un pariente. Estos panes casi siempre tienen forma antropomorfa y se elaboran empleando la técnica del pastillaje prehispánico. Frecuentemente están pintados con azúcar de color rojo que simboliza la vida, al igual que los mexicas coloreaban a los cadáveres con cinabrio. En otras comunidades el pan simboliza el ciclo de vida; es decir, el inicio, la trayectoria por la vida y el fin de la existencia. Estos panes se labran en forma de rosca, porque la rosca es eso, la unión de dos conceptos antagónicos, pero complementarios: la vida y la muerte. Los grupos nahuas elaboran para este día pan blanco, bollitos de piña, bollitos de chicharrón, tortas de agua, hojaldres, muñecos para los altares de angelitos, estrellas que simbolizan el espíritu y el conflicto entre la lucha de las fuerzas espirituales y las de las tinieblas; asimismo, elaboran muertos que representan cadáveres, y muñecas que simbolizan los juguetes ofrecidos a los angelitos o muertos chiquitos. Los pueblos otomíes hacen panes en forma de cajitas que representan ataúdes, roscas de vida, cruces que simbolizan la Pasión y Muerte de Cristo, coronas que representan la perfección y la participación de la naturaleza celeste como símbolo del Paraíso, cráneos azucarados y pan cruzado que simboliza las canillas de los muertos. Los mayas adornan sus altares con panes dulces, tutes, patas y galletas de animalitos. Los chinantecos elaboran sirenas como imagen de la muerte y de las ánimas, y flores de pan que representan a los dioses solares. Por su parte, los mestizos de San Juan Totolac, el pueblo tlaxcalteca del pan, suelen labrar hojaldritas, encaladitas en las que percibimos la metáfora con el blanco de los huesos del difunto; rosquetitos pintados con azúcar blanca, pezuñas, muñecos con grajeas rojas, burritos y patas de burro. En Oaxaca, el grupo chocho gusta de hacer tortas de pan con dibujos en la superficie, conejos, pescados que simbolizan el cristianismo, muertos y pan de yema. Los mazatecos labran bollitos de elote y roscas de yema; mientras que los zapotecos se especializan en pan resobado, pan amarillo y carlitos de coco. Entre los zapotecos de Mitla, el primero de noviembre el pan de muerto forma parte de una importante costumbre. Ese día, los ancianos encargados de traer las ánimas del panteón a las casas con ayuda de un sahumerio en el que se quema copal, se arrodillan frente a la ofrenda y dicen: -¡Ya traje a los difuntos! Entonces, la familia, a modo de agradecimiento, le invita pan con chocolate. Terminada su merienda, todos le besan la mano y le ponen panes sobre el ala del sombrero que lleva colocado en la cabeza; en seguida, se despide de los muertos y se aleja hacia su hogar. Por su parte, los jóvenes y niños de Cuilapa, Oaxaca, el día 2 de noviembre van a la casa de sus padrinos de bautizo y confirmación, para regalarles panes grandes (un tipo de pan de muerto), que cargan los jóvenes en pañoletas o yaguales (canastos) tapados con servilletas bordadas. Al llegar a las casas de sus padrinos, pasan al convite de chocolate con pan, mole, tortillas y limonada. Terminado el almuerzo, los ahijados regresan a sus casas con un itacate compuesto de panes y frutas de las ofrendas, que se llevan en las pañoletas y yaguales. Esta costumbre se llama el Pan de los Compadres. En Campeche sobresalen las rosquitas de agua, los riñones, las trenzas y los cocotazos. De Guerrero podemos mencionar los tlaxcales, las cemas, los angelitos y el pan de agua. Los amuzgos de Oaxaca, labran un pan con el nombre del muerto escrito arriba, y en San Luis Potosí los mestizos hacen los famosos panecitos de queso en latas de desecho y cocidos en hornos de leña. Conejos, hojaldres y figuras zoomorfas sobresalen entre los panes de muerto que ofrendan los purépechas.
Para finalizar digamos que en las ofrendas dedicadas a los angelitos, los panes son predominantemente blancos y pequeños, en proporción para que las animitas puedan disfrutar con facilidad de este alimento de los dioses.