Es largo el camino andado, grande la experiencia adquirida y mucho lo que resta por hacer. El rumbo sigue siendo el mismo y sólo se requiere mantener el paso, acelerarlo si fuera posible. (Guillermo Bonfil.)
En lo que antaño fuera la Aduana Vieja de Coyoacán, se encontraba ubicado el predio de Santiago, que pertenecía a la Hacienda de San Pedro Mártir. Su dueño, el señor Veraza, decidió fraccionar parte de su propiedad en 1890 para vender los terrenos a personas que quisieran vivir en una zona bella y saludable. De esta puebla nació la Colonia del Carmen, inaugurada el 18 de octubre de 1890 por el presidente Porfirio Díaz. Esta zona recibió su nombre en honor a la esposa de Díaz, Carmen Romero Rubio.
El señor Guillermo Whink compró uno de estos terrenos, que medía cuatro mil quinientas varas. Poco después lo vendió a otro extranjero, don Guillermo Henderson, quien construyó ahí su finca “La Margarita”. A la muerte de su marido, la viuda de Henderson, doña Margarita, vendió una parte al señor Gumersindo Enríquez, quien en 1901 construyó una finca con jardín que llevó el número 1530.
En 1931 la finca fue vendida por el hijo heredero de don Gumersindo, y ahí se edificó la Sociedad Compañía Hispano Mexicana de Inmuebles e Hipotecas, que llevó el número 105. En 1943 la casa pasó a ser propiedad de Dolores Lorenzana y Beatriz del Río Rivera, y se convirtió en el Convento de la Orden de las Carmelitas Descalzas. De 1967 a 1975 fue sede para las Misioneras Franciscanas de la Vida Apostólica. Debido a la ocupación religiosa, la construcción sufrió algunas modificaciones, entre las cuales se cuenta la construcción de una capilla en su parte central.
Posteriormente, este inmueble de la Avenida Hidalgo 279 sirvió de oficina para la campaña presidencial de José López Portillo. A partir de 1978, se convirtió en propiedad federal, junto con la casa ubicada en el 114 de la calle de Moctezuma.
Este conjunto de edificaciones de finales del siglo XIX y principios del XX fue cedido por el entonces presidente López Portillo al Museo Nacional de Culturas Populares.
Durante las discusiones teóricas que Rodolfo Stavenhagen y su grupo de colaboradores llevaron a cabo para establecer las políticas y programas que la reciente Coordinadora de Cultura Popular a su cargo le exigía, les surgió la idea de crear un museo “con la posibilidad de cristalizar, en actividades concretas como serían exposiciones y mesas redondas, los programas de estudio y promoción de las culturas populares” (D-1794). Pero la idea se fue aplazando porque, por aquel entonces, las acciones de la Coordinadora y luego de la DGCP, requerían que se les dedicasen todos los esfuerzos.
No fue sino hasta 1980 cuando don Guillermo Bonfil retomó la idea y luchó con ahínco para lograr que las autoridades gubernamentales aceptaran la creación de un museo dedicado a las culturas populares. El presidente López Portillo cedió los edificios de Coyoacán para que se instalara un museo de arte y artesanías populares, como era su deseo desde hacía tiempo. Sin embargo, Bonfil le propuso que el museo fuera más que eso y que se creara un museo de las culturas populares, ya que en este campo tan amplio existían muchas temáticas que no habían sido cubiertas por otros museos, como por ejemplo el de Antropología o el de Artes e Industrias Populares. Un año después, la Secretaría de Educación Pública, a través de la Subsecretaria de Cultura y Recreación, aprobó el proyecto y comenzaron las tareas de remodelación de los edificios que albergarían al nuevo museo.
Al mismo tiempo, Bonfil y su equipo de trabajo se abocaron a establecer los objetivos y los criterios museológicos y museográficos que sustentarían el proyecto. Previamente a su inauguración, en 1981, se llevó a cabo el Coloquio sobre culturas populares y política cultural, espacio de reflexión en donde se revisaron y analizaron cuáles eran, en ese momento, las políticas culturales del gobierno, y aun de la Iglesia y los sectores particulares. El Coloquio también permitió conocer lo que estaba sucediendo en el ámbito de la cultura popular en México. Los resultados de este ejercicio académico fueron publicados en el libro De culturas populares y política cultural.
Un año después, el 23 de septiembre de 1982, el Presidente de la República inauguró el Museo Nacional de Culturas Populares y el 7 de octubre apareció publicado el decreto de creación en el Diario Oficial de la Federación. Dos años después, en 1984, el Museo se integró administrativamente a la Dirección General de Culturas Populares, dirigida en aquel entonces por el antropólogo Leonel Durán.
Su primer director, Guillermo Bonfil Batalla, para emprender su cargo contaba con todo su conocimiento antropológico y con cinco años de experiencia como director del Museo Nacional de Antropología e Historia, espacio en el que había llevado a cabo experimentos novedosos, como por ejemplo, el establecimiento de museos escolares, comunitarios y locales (en los que participaba toda la comunidad) y la creación de La Casa del Museo, formada por módulos de exhibición que se instalaban en los barrios y colonias populares. Además, Bonfil tuvo la idea del Museo sobre Rieles, que presentaba exposiciones itinerantes las cuales quedaban permanentemente en las estaciones de ferrocarril de pueblos y ciudades, y pasaban a formar parte de la comunidad. En una entrevista fechada en 1988, Bonfil se refiere a la creación del Museo en estos términos:
El nacimiento del MNCP, respondió en gran medida a las demandas de cambio en las políticas culturales del país, pero lo hizo sujeto a las estructuras vigentes dentro del aparato gubernamental, y por tanto a las coyunturas políticas sexenales. De hecho nosotros… hasta que salió el decreto no hablamos de museo nacional, e incluso el folletito y aún el libro de Políticas Culturales, dice el Museo de Culturas Populares. La intención del término plural, pues, era el reconocimiento de que no se podía generalizar y hablar de una sola cultura popular, sino justamente de que todo esto formaba parte de un esfuerzo constante en el que estaban gentes como Salomón (Nahmad) en el indigenista y hasta en otras partes. En eso sí estábamos embarcados desde principios de los setentas mucha gente, mucha gente comparativamente… y el término de museo, yo al principio quise evitarlo justamente porque esta nueva idea de hacer muchas cosas alrededor de las exposiciones y de que las exposiciones eran solamente un eje… finalmente se adoptó porque en términos administrativos era lo mejor.
Fragmento del libro inédito, Dimes y diretes. Memoria de la Dirección General de Culturas Populares e Indígenas. Escrito por la autora de este artículo.
Y cuando publicarás ese libro
¿Que le aporto la experiencia del museo de culturas populares a sus reflexiones teoricas? Con su palabra splique bevemente no entiendo me ayudannnnnn