La Villa de Valladolid. Durante la época colonial de México existieron muchos aparecidos que asustaban a las personas sin piedad; pero no solamente se contaba con seres de otro mundo, sino que además sucedían prodigios. Tal es el caso de la Villa de Valladolid, situada en el estado de Yucatán donde, en el siglo XVI, los habitantes se estremecieron a causa de algunos sucesos. Tales apariciones y sucesos están consignados en crónicas de la época, y todas ellas se le enviaron al rey de España para su conocimiento y consejo.
Valladolid se fundó el 28 de mayo de 1543 por Francisco de Montejo, apodado El Sobrino, en el lugar llamado Chauac Ha, cacicazgo maya de Chikinchel, Bosque del Poniente, una de las jurisdicciones mayas que existían a la llegada de los españoles. La villa fundada quedó bajo la protección de la Virgen de los Remedios y su santo patrono fue San Servacio. Después de haber sido diseñada la traza y de haber sido fundado el cabildo, el conquistador Montejo dio encomiendas a cuarenta y cinco conquistadores. Debido a las continuas enfermedades, sobre todo la fiebre amarilla, que el lugar provocaba en los españoles, la villa se trasladó a lo que fuera la ciudad maya de Zací, Gavilán Blanco, a pesar de las protestas de Montejo, quien no tuvo más remedio que aceptar el hecho debido las amenazas del cabildo de protestar ante el rey Carlos I de España, V de Alemania. Dicho traslado tuvo lugar el 24 de marzo de 1545.
El duende chocarrero. En el año de 1560, el canónigo don Pedro Sánchez de Aguilar, perseguidor enconado de “idólatras”; es decir, de indígenas que se negaban a abandonar su religión, se encontraba muy molesto por las travesuras un tanto malignas de un duende, cuyo nombre y descripción no pasaron a la historia. Según el canónigo se trataba de un demonio que hablaba con quien se encontraba, a eso de las ocho o diez de la noche. Su voz era como la de un papagayo. Al duende le gustaba hablar, sobre todo, con un conquistador que se llamaba Juan López de Mena, que había nacido en Logroño, España, y con otro de nombre Martín Ruiz de Arce, proveniente de Burgos. A las casas de estos dos españoles acudía el famoso duende para conversar; eran sus casas preferidas, aunque no por ello dejaba de acudir a otras. En tales casas el duende tocaba la vihuela y las castañuelas; además, gustaba de ponerse a bailar, reía y se divertía de lo lindo. Cuando se le preguntaba dónde había estado los dos o tres días que había faltado a la casa de uno u otro conquistador, él decía que se encontraba en lo de Lucas Paredes, otro conquistador de marras.
Como nuestro duende era muy travieso, gustaba de inventar calumnias contra las muchachas, para meterlas en aprietos y fuesen sancionadas por sus padres. Decía este ser fantástico que precedía de Castilla La Vieja, y que era cristiano; para demostrarlo se ponía a rezar el Padre Nuestro y otras oraciones que se le ocurrían. Gustaba de tirar piedras, hacer ruidos en las azoteas y de tirarles huevos a las doncellas. En una ocasión fue tan travieso que la tía de Pedro Sánchez le dio una fuerte cachetada que le dejó el rostro muy colorado.
Cierto día, el cura de Valladolid, don Tomás de Lersundi, quiso conjurar al duende travieso, se disfrazó y escondió bajo su capa un manual de rituales y el hisopo, y acudió a las casas donde sabía que el duende se aparecía para contar las hazañas que realizaba en otras. Pero el duende se dio cuenta de la jugada, y no habló ni se apareció. Cuando el cura se hubo ido, inmediatamente apareció, e hizo lo acostumbrado: mucho ruido, cantos y charla. Cansado el cura de las maldades del duende, y después de haberle hecho pasar un mal momento a un conquistador de nombre Juan López de Mesa anunciándole que su mujer acababa de parir a un hijo que no era suyo, ordenó que nadie en la Villa de Valladolid le respondiera al duende, Se trataba de ignorarlo. Así se hizo. El duende se puso furioso y sus travesuras se hicieron insoportables, pues llegó hasta quemar varias casas del poblado que estaban hechas con techados de paja. Ante esta terrible situación, los vecinos se reunieron y fueron a ver al cura para que pidiera la ayuda de un santo. Se escogió a San Clemente Papa y Mártir, quien efectuó el milagro y ató al malvado demonio de duende.
Durante más de treinta años el duende se calmó. Sin embargo, en 1596, volvió a las andadas, pero está vez en el pueblo de Yalcoba, donde molestaba a los pobres indios, pues cada día a las doce o a la una de la mañana se formaba una terrible polvareda y ruidos como de huracán, y quemaba las casas de los indios sin que éstos pudieran apagar los incendios. Asustados, los pueblerinos acudieron a Pedro Sánchez y le pidieron ayuda. El clérigo solicito el auxilio del Arcángel San Miguel y, después de efectuadas unas misas y de soportar un nuevo incendio, exorcizó al terrible duende, que no volvió a Yalcoba… pero que retornó, muy ufano, a Valladolid, donde volvió a las andadas ya mencionadas. No se conoce el final de nuestro amigo.
El sudor de la Virgen de la Catedral de Mérida. Nuestro clérigo ya conocido, don Pedro Sánchez de Aguilar, escribió en su Informe contra los adoradores de ídolos del Obispado de Yucatán: Y no vendrá fuera de propósito para saborear en algo este prolixo informe, traer a la memoria lo que leí este año de 1613 en un librito de la expulsión de los Moros de España, que escrivió el Licenciado Aznal, Cura en un lugar de Aragón, el qual cuenta, que al tiempo que se repartieron los Moros de Granada en toda España, en cuyas guerras murió el señor don Alonso de Aguilar, de quien desciende el señor Marqués de Priego, cabeça de la Casa de Aguilar de Ézija, sudó una imagen de la Virgen sanctísima en tanta cantidad, que cogieron deste sudor una redoma, al qual se guardó y conservó, por más de cien años por reliquia milagrosa, y los devotos Christianos pedían una gota desta santa agua en algodones para las enfermedades de los ojos, e oídos; y que al tiempo de la expulsión de los Moros el año passado de 1610 hallaron esta agua consumida, y la redoma seca. Milagro en prueva, de que estos Moros avían de ser Christianos fingidos, como lo fueron hereges, y menospreciadores de nuestra sagrada Religión.
Pues bien, lo mismo aconteció en la Ciudad de Mérida, Yucatán, en la catedral, en el año de 1592, cuando colocaron la imagen de la Virgen que se encontraba en la Puerta del Perdón, atrás del Coro de la iglesia catedral, la cual había sido enviada a México para su mantenimiento. En el momento en que el mayordomo de la Virgen abrió el cajón en que venía, vieron que había mucho sudor en su rostro. En seguida llamaron al cura Pedro Sánchez, quien en principio pensó que el supuesto sudor se debía al barniz que le habían puesto, pero al leer lo escrito por Aznal, se dio cuenta que estaba ante un milagro como el de la Virgen de Aragón.
Lluvia de sangre. En el año de 1607, en muchos pueblos del entonces distrito de la Villa de Valladolid, llovió mucha sangre durante el mes de diciembre, como lo atestiguó Fernando de Ricalde Sacerdote y los indígenas del pueblo de Tixcacal, ante los alcaldes de Valladolid. Nadie pudo explicarse el fenómeno, pero fue considerado como presagio de grandes calamidades.
Nuestra Señora de Izamal. La imagen de la Virgen de Izamal, La Inmaculada Concepción, fue traída desde Guatemala en 1558, según afirma al padre Cárdenas Valencia, por el fraile franciscano Diego de Landa, obispo de Yucatán. Landa, el pirómano de códices, encargó la manufactura de dos imágenes al escultor franciscano Juan de Aguirre, una para la catedral de Mérida, y otra para la iglesia de Izamal del convento franciscano de San Antonio de Padua. A las que se conoce como Las Dos Hermanas. La Virgen de Izamal es considerada como la más milagrosa de las dos.
Uno de los prodigios de la Virgen de Izamal, fue consignado por Diego López de Cogolludo en su Historia de Yucatán, y dice así: La otra, aunque se había traído para los indios, y se llevaba al pueblo de Ytzmal, pretendían los vecinos de la villa de Valladolid, que se llevase al convento que allí teníamos pareciéndoles, que no era justo quedase en un pueblo de indios. Los de Ytzmal, donde ya estaba resistieron lo posible, pero no tanto, que no se comenzase a poner en ejecución lo que los españoles deseaban. No faltó la Magestad divina al buen deseo, con que los indios estaban de tener la imagen de su Santísima Madre; y así aunque más diligencias se hicieron, no bastaron fuerzas humanas para moverla del pueblo, y así la volvieron al convento de él con grande alegría de los indios, y admiración de los religiosos. Creció la devoción de los fieles con esta santa imagen a vista destas maravillas, y pasó destos reinos á los de España, y en todas partes, así de la tierra, como del mar, ha obrado nuestro Señor por medio de su invocación, y encomendándose a ella los fieles, innumerables milagros, de que se pudiera escribir un gran volumen, si se hubiera tenido el cuidado que era justo. Los más se han olvidado con el tiempo, y aun los que se apuntaron, no se escribió aquel en que sucedieron, ni muchas circunstancias que los calificaran, y así los habré de escribir sin estas particularidades, pues no se pueden ya averiguar Así los escribió el padre Lizana en su devocionario, y muchos de ellos están pintados en el templo de esta santa imagen.
Cuando la traían pusieron en el cajón muchos papeles, para que no se rozase con el movimiento del camino. Con la devoción que se comenzó a tener con ella. Una señora vecina de la ciudad de Mérida, hubo unos papeles de aquellos, y guardábalos con veneración. Un indio criado de aquella señora cayó de una azotea alta de su casa, donde traian obra. La caída fue tal, que le tuvieron por muerto, aunque con algunas medicinas volvió en sus sentidos, pero le quedaron quebrados un brazo y una pierna. Fueron a buscar quien le curase, y en el interin la buena señora sacó los papeles y envolvió el brazo y pierna lisiados en ellos. Cuando vino el cirujano, buscando el daño que había de reparar, dijo, que para que le habían llamado, que el indio estaba sano y bueno, y así fue hallado, atribuyendo la sanidad a milagro de la virgen Santísima de Ytzmal, dando Dios virtud sobrenatural a aquellos papeles, que habían tocado a la imagen de su santísima madre.
He aquí apariciones y prodigios, indiscutiblemente ciertos, de la hermosa Ciudad de Valladolid.