El dios Kóoch llora su soledad. Tehuelche, chon

El grupo tehuelche (o patagón), cuyo nombre proviene del mapudungun chewelche, que significa “gente bravía”, o tal vez de teushen, más la palabra mapuche che, “gente, pueblo”; se denomina  a sí mismo con el vocablo chon, “hombre”. Hasta más de la mitad del siglo XX vivieron en la provincia de Santa Cruz, en la Patagonia Austral Argentina, y en la Tierra del Fuego. Su idioma se llama chon, chonik o tsonek y pertenece a la Familia Moseté-Chonán. Actualmente, los chon están casi extintos.

Había una vez un ser que siempre había existido llamado Kóoch, Cielo. Vivía entre densas y oscuras neblinas, en el Lugar en que se Juntan el Cielo y el Mar. Como se encontraba muy solo, un día se puso a llorar, y lloró tanto que de sus lágrimas se formó un mar primario, Arrok, Mar Amargo de las Tormentas y las Tristezas, el primer elemento que surgió en el mundo. Por fin, el dios dejó de llorar y emitió un profundo suspiro, que originó al viento, Xóchem, el cual disipó las oscuras tinieblas y condicionó el camino para que la luz pudiese llegar; entonces se hizo la claridad. Cuando Kooch rasgó la oscuridad e hizo una chispa de fuego se creó el Sol, Xaleshem, que al ponerse en contacto calorífero con las aguas formó las nubes, Teo, que el viento llevó por el Cielo riendo feliz. Al choque de las nubes con las que jugaba el Viento, se formó el Trueno, Katrú. Las nubes le lanzaron una feroz mirada al Trueno y así crearon al Relámpago, Lüfke.

Una vez que creó el espacio, el viento, la luz y las nubes, el dios se aburrió pensando que su creación no estaba completa. Así pues, decidió crear en el mar una isla muy grande con montañas, llanuras y valles; y dio vida a los animales, los insectos y los peces; así como a los ríos, los lagos y las lagunas. Para poder ver esa admirable isla, el Sol envió la luz y sus rayos el calor. Las nubes formaron la lluvia beneficiosa, y el viento se encargó de crear los pastos. Todo era paz y tranquilidad. El universo había sido creado por Kooch, pero sus hijos se sentían envidiosos y celosos de la creación de su padre. Como venganza  solían anegar la Tierra enviando muchas lluvias, con la fatal consecuencia de que las plantas se morían. Enojado, Kóoch les llamó la atención y les habló rudamente, a fin de que cesaran sus malas acciones. Los hijos lo comprendieron y volvió a reinar la calma en la isla, pero no así en la Oscuridad que rodeaba la isla, pues un día aparecieron unos monstruosos y malvados gigantes, que eran hijos de Tons, la Oscuridad, que había sido expulsada del mundo, y de Shorr, el Tiempo.

Durante el día y gracias al Sol, el dios podía controlar a la Oscuridad, pero en cuanto el Sol se metía la tarea se hacía más dificultosa, por lo que el dios creó a la Luna, Keenyenkon, para que iluminara mientras el Sol desaparecía. La Luna y el Sol evitaban verse, pero se hablaban por medio de las nubes. Llegó a tal punto su curiosidad por conocerse, que un día decidieron verse, y el Sol apareció cuando aún la Luna no se había retirado; y a su vez la Luna apareció cuando el Sol aún no había alcanzada a ponerse. Se acercaron tanto que los dos desaparecieron juntos tras el horizonte, y la isla quedó en completa oscuridad. Al ver ese amor tan grande, Kóoch les envió dos hijos mellizos: Wun y Etensher, cuya misión consistía en avisar a los pobladores de la Tierra cuando aparecerían o desaparecerían sus padres el Sol y la Luna. Aprovechando la negrura que se produjo, La Oscuridad se unió con su amante el Tiempo: Shorr y engrandaron tres hijos: Axshen, el dolor físico; Keleken, la peste y Maip, el viento helado de la mala suerte y el dolor.

Los gigantes hijos de la Oscuridad fueron en total doce. Uno de ellos, denominado Nòshtex, se raptó a la nube Teo y la aprisionó en una cueva durante  tres días. Sus hermanas, las otras nubes, la buscaron sin encontrarla. Entonces, acudieron a Kóoch. El dios les dijo que si la nube se embarazaba y tenía un hijo, éste sería más fuerte que su padre y admirado por todo el mundo. Asustado, el raptor decidió matar a la madre y comerse a su hijo. El gigante mató a la Nube abriéndole el vientre con un puñal para que muriese el niño. Sin embargo, Terr-Wer, un tucu-tucu (ratón de campo) logró salvar al niñito y esconderlo en una cueva; lo cuidó, y un cisne le puso por nombre Elal al semidios. Teo no se salvó y murió desangrada. Su sangre cayó sobre sus hijos y los tiñó de muchos colores que son los que se ven durante el ocaso y el amanecer.

Mientras tanto, el cóndor Hoiye, había ido a decirle al gigante  donde se encontraba Elal, pues trataba de quedar bien con él. Pero Elal no se inmutó por la furia del gigante, y decidió crear los bosques y los seres humanos. El gigante, furioso, fue por su hermano Gosye  -quien  gustoso devoraba los hombres-, para que acabara con Elal. Pero fracasó,  pese a que al gigante no le entraban las flechas. Entonces, Noshtex completamente acabado, se fue a la Patagonia convertido en un anciano, so pretexto de curar a los enfermos y heridos. Pero Elal descubrió que fingía, y que el gigante lo había enfrentado a un cazador a su servicio; en la lucha volvió a vencer Elal.  El dios decidió irse a los Andes montado en un cisne, a la cumbre del cerro Chaltén, la Montaña Azul, donde permaneció tres días y tres noches. Tiempo después Elal bajó a las tierras frías y nevadas de la Patagonia, como un dios-héroe protector y maestro de la caza. Él fue el creador de los tehuelches a quienes modeló en barro en forma de hombres y mujeres. Les reveló el secreto del fuego, les dio el arco y las flechas, y les enseñó a cazar; así como a trabajar el cuero para que se hicieran vestimentas y abrigos. Asimismo, les enseñó los principios de la buena conducta y la moral. Un buen día, el héroe se despidió de los tehuelches, había ya cumplido su misión y les dejaba la Tierra a los hombres. Les prohibió que le rindieran culto, pero que transmitieran sus enseñanzas a sus hijos. Cuando el Sol comenzó a salir, tomó a su hermoso cisne y se alejó hacia el este, volando sobre el océano Atlántico. Elal les dejó a los humanos a Wendeunk, dios tutelar que cada tehuelche tiene, es su alter ego, que los acompaña hasta que los indios mueren y se convierten en estrellas. Wendeunk también lleva  la cuenta de las acciones, malas o buenas, que cometen los tehuelches.

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