En el antiguo Mexico los hijos de los señores principales iban a prepararse al Calmecac, la Hilera de Casas, una de las instituciones educativas mexicas junto con el Tepochcalli, para devenir sacerdotes, guerreros, maestros, gobernantes o jueces. El Calmecac formaba parte del Templo Mayor de Tenochtitlan; pero había otros más situados en Tzonmolco, Yopico, Tlamatzonco, Tetalman, Huitznáhuac y Tlillan en el mismo territorio mexica.
Entraban en el Calmecac entre los siete y quince años de edad. El padre de algún muchacho destinado al Calmecac debía ofrecer una comida a los sacerdotes del barrio y a los tlamacazque y los quaquacuiltin, y después de un largo discurso que proferían los sabios ancianos, el muchacho era llevado al Calmecac, en donde los padres ofrecían una ofrenda ante el altar de Quetzalcóatl, el dios protector de la escuela, consistente en papeles, incienso, maxtles, mantas, plumas, y piedras preciosas. Cuando llegaba el muchacho los sacerdotes le pintaban el cuerpo y la cara, y le ponían unas cuentas de madera llamadas tlacopatli.
Sus obligaciones consistían en dormir en el recinto, barrerlo, y buscar puntas de maguey y leña, ayudar en los trabajos de albañilería si era necesario, y si no quedarse en la escuela para preparar la comida de los que se habían ido a trabajar la mampostería. Cuando terminaban el trabajo que estuviese realizando, regresaba al Calmecac a bañarse y a realizar los servicios a los dioses y practicar las penitencias. En la madrugada todos los alumnos debían bañarse con agua fría. Su ropa era ligera en invierno como en verano para que se habituaran a soportar el frío.
A las once de la noche, los pupilos cogían espinas de maguey, se alejaban por los campos llevando un caracol para tañer y un incensario con copal. Cada uno escogía el lugar para llevar a cabo sus penitencias, y ponían las espinas de maguey en una pelota de heno. Era obligación que a las doce de la noche los estudiantes oraran a los dioses, de no hacerlo se les picaba el pecho, las orejas, los muslos y las piernas delante de sus compañeros, como ejemplo. Si alguno de ellos era grosero y desobediente, se emborrachaba o tenía relaciones sexuales, se la daba muerte con garrote, flechándolo o quemándolo. A la media noche, todos los chicos se debían bañar en una fuente que estaba en la misma escuela. Cuando era tiempo de ayuno, nadie comía hasta el mediodía, y cuando llegaba el ayuno llamado atamalcualo, solamente comían tortillas y bebían agua. De más estar decir que estaba prohibido tener relaciones sexuales, comer desmedidamente, y mentir.
En el Calmecac se enseñaba a los alumnos a hablar, a saludar y a hacer reverencias correctamente, si esto no se hacía se les pinchaba con las agujas de maguey. Aprendían a cantar los himnos dedicados a los dioses, astrología, interpretación de los sueños y las cuentas de los días y los años. Además estudiaban historia, música, filosofía, religión, ciencia; así como a escribir y a leer los códices y a impregnarse de las tradiciones y costumbres. Los que deseaban ir para guerreros o gobernantes recibían entrenamiento militar, y nociones de economía y gobierno. Parece ser que la enseñanza se llevaba a cabo por medio de “cantos”: sentencias y oraciones que expresaban los deberes de los ingresados a la escuela.
La intención ideológica del Calmecac fue la de formar hombres íntegros que lucharan con las armas y la religión para preservar la hegemonía cultural y militar de los mexicas. Ya lo decía fray Bernardino de Sahagún en un texto recopilado por él: El hombre maduro: corazón firme como la piedra, corazón resistente como el tronco de un árbol rostro sabio, dueño de un rostro y un corazón, hábil, comprensivo.