El carácter de una cultura se determina por su modo de producción. Por tanto, en las sociedades capitalistas, o de capitalismo dependiente como la nuestra, coexisten dos tipos básicos de cultura, que corresponden a las necesidades de los grupos que les dan origen: la cultura hegemónica y la cultura subalterna o popular. La primera implica un conjunto de sistemas valorativos de percepción del mundo en la conciencia de los hombres que poseen el control de la emisión y circulación de los mensajes culturales ideologizantes, para presentar como natural al sistema económico que le dio origen, que manipula las necesidades de los hombres por medio de canales ad hoc, con el objeto de enajenar y mistificar la realidad social, y aun la natural, homogeneizando la conciencia de las clases subalternas o imponiendo concepciones del mundo tendientes a desvirtuar la creación de formas concientizadas de cultura. En cuanto a la cultura popular, está constituida por sistemas culturales que como respuesta a las necesidades materiales y espirituales, surgen de los grupos desposeídos de los medios de producción; de aquéllos que venden su fuerza de trabajo para subsistir. Se trata de un conjunto de sistemas dominado por otro conjunto dominante que tiene la capacidad de imponer determinados significados por la vía de la violencia simbólica hasta despojar, potencialmente, a la cultura subalterna de su carácter impugnador –siempre y cuando no se cree una concientización política del valor de la propia cultura-, por medio de la imposición o la apropiación y resemantización de los significados culturales subalternos y de su regreso al pueblo pleno de nuevas significaciones, en atención a los intereses económicos, políticos y sociales de la clase dominante, y que impide a los creadores de la cultura subalterna, un mejor conocimiento del mundo social y natural, y, por ende, la posibilidad de su transformación. O como diría el antropólogo Leonel Durán:La cultura popular es la concepción del mundo creada por el pueblo, es decir por el conjunto de las clases y estratos “dominados” y “subalternos”, tal como son caracterizados por Antonio Gramsci en sus notas sobre el folclor, cuya vida dinámica se apoya en la riqueza de una diversidad de tradiciones, de creencias e ideas diversas, de hábitos mentales, de conocimiento empíricos, etc.
Es necesario mencionar, y nunca nos cansaremos de hacer hincapié en ello, que la cultura popular no es homogénea ni monolítica. Por el contrario, en ella encontramos varias culturas distintas y sui generis. Así, en una primera instancia, y desde un punto de vista metodológico, podemos dividir a la cultura popular en dos grandes apartados. En uno tendríamos a la cultura indígena y en otro a la cultura mestiza. La cultura indígena, a su vez, se compone de multitud de culturas diferenciables una de otra. La cultura mestiza comprende algunas culturas campesinas y las urbanas. Dentro de las culturas campesinas podemos pensar en culturas por región, por pueblos, por barrios; en las urbanas es válido hablar de culturas por ciudad, por barrio, por calles y hasta por vecindad. Asimismo, es factible hablar de subculturas en atención a la actividad productiva, la edad y el sexo. Más aparte debemos tener en cuenta a las culturas de las minorías étnicas que habitan nuestro país; es decir, grupos sociales que se distinguen por determinados rasgos como la lengua, el origen, la religión, la cosmovisión, tales como las comunidades de chinos, japoneses, libaneses, judíos y gitanos, cuyas culturas no comparten las raíces históricas de las culturas indígenas o mestizas, aunque vivan en interacción con ellas y lleguen a producirse préstamos culturales bilaterales. Forman parte de nuestro mosaico cultural mexicano.
Tal panorama de culturas nos habla de que nuestro país es pluriétnico y pluricultural en el que conviven, espacial y temporalmente, culturas de la más diversa índole. Esta pluriculturalidad nos remite a un nuevo enfoque en el que se deje de equiparar a la nación mexicana con la nación mestiza, con la historia mestiza, y con la dinámica mestiza. Es necesario concebirla como una nación en que la característica más sobresaliente sea la multietnicidad, con toda la riqueza cultural que dicha diversidad comporta y con la conciencia clara del derecho a la diferencia, que no hace sino proporcionarnos, por su índole dialéctica, un alto grado de identidad y de cohesión. Es decir, el derecho a mantener †y respetar las diferencias de los pueblos y la seguridad lingüística y cultural de los grupos indígenas y mestizos, que constituyen un frente de resistencia frentes a las fuerzas igualadoras de la globalización económica y cultural; cuyos procesos pueden definirse como las infiltraciones político-económico-culturales que ejercen los países desarrollados sobre los países económicamente dependientes, por medio de los canales específicos que atañen al ámbito de la estructura y la superestructura de las sociedades.
Así pues, paralela a la explotación económica, se produce una infiltración en las instituciones culturales de las sociedades explotadas y dependientes, que conlleva a la implantación de ideologías extrañas a la idiosincrasia de nuestras culturas, tendiente a uniformizar costumbres, hábitos y creencias; y, en general nuestra visión del mundo, en detrimento de nuestra identidad. A los procesos globalizadores se opone la resistencia de los pueblos por mantener sus culturas tradicionales, tomando conciencia de su identidad, y adoptando o adaptando de los patrones culturales impuestos, aquellos que por decisión propia les beneficia, sin desvirtuar la esencia de su cultura y su lengua, sino poniéndolos al servicio de las mismas.