La fiesta cristiana de la muerte. La fiesta católico cristiana de la adoración a los muertos se denomina Día de Todos Santos y Fieles Difuntos. Acerca de su origen podemos considerar tres versiones, a cual más de interesante. La primera de ella nos remite a las antiguas festividades paganas, relacionados con los ritos populares mortuorios dedicados al dios Osiris, llamado por sus adoradores “Rey de la Eternidad, Señor de lo Perdurable, Soberano de los Dioses y los Hombres, Dios de los Dioses, Rey de los Reyes, Señor de los Señores, Príncipe de los Príncipes, y Gobernador del Mundo cuya Existencia es Eterna”. Este Dios cuya semejanza con la vida de Cristo ha dado lugar a que algunos investigadores aseguren que los misterios cristianos son un plagio de los misterios de Osiris, nació de la diosa-virgen Saís. La anunciación de su nacimiento le fue hecha a la virgen a través del dios Jath; y su concepción la realizó el dios Knept, el Espíritu. Osiris tenía la facultad de morir y resucitar anualmente, por lo tanto se le trataba como un dios ligado a la resurrección y a la idea de la existencia de otra vida en el más allá, a la que debía llegarse poseyendo un cuerpo carnal; de ahí la costumbre egipcia de embalsamar a los muertos para que pudiesen morar en el Lugar de Paz del buen dios.
Muchos egiptólogos han pensado que es muy posible que Osiris haya sido un personaje histórico, de quien los sacerdotes decían que había enseñado a su pueblo la agricultura, el cultivo de la vida, y las leyes que regían todos los aspectos de la sociedad egipcia. Osiris murió asesinado por su hermano gemelo Seth, quien le envidiaba su posición y su esposa. Su muerte fue vengada por su hijo Horus y por su esposa-hermana Isis, quien fue la encargada de recoger los pedazos a que había sido reducido el cuerpo del faraón por el vengativo Seth. Recobró todos sus miembros, menos los testículos y el pene que fueron devorados por los peces del Nilo. Por medio de la magia y con la ayuda de otros dioses, Isis lo resucitó y lo regresó del oscuro país de los muertos.
Una vez al año, los egipcios celebraban la muerte y resurrección de Osiris con un festival que duraba cuatro días a partir del 17 del mes Athir, días que corresponden, en el calendario alejandrino, al 13, 14, 15 y 16 del mes de noviembre, coincidencia altamente curiosa. La fiesta daba comienzo con una procesión en la que llevaban en andas la imagen dorada de una vaca, representación de la diosa misma, que durante todo el año se guardaba en el camerín del templo a Osiris. La procesión daba siete vueltas al templo, como si Isis estuviera buscando a su muerto. Preso de dolor, el pueblo lloraba y se golpeaba el pecho, durante todo el trayecto. Por otra parte, en este mismo día del festival de Osiris, en las casas de todas las ciudades egipcias, sus habitantes colgaban lámparas de aceite que permanecían encendidas durante toda la noche. Este hecho nos motiva a pensar que tal celebración no sólo se efectuaba en honor a Osiris, sino que también se trataba de una fiesta dedicada a los muertos, una especie de noche de difuntos, en la cual los egipcios se preparaban a recibir las ánimas de sus muertos, obsequiándolas con alimentos y alumbrando su llegada con las ya mencionadas luces. En palabras de Sir James Frazer: Esta iluminación universal de las casas en una noche especial del año sugiere que la fiesta pudiera haber sido la conmemoración no sólo de Osiris muerto, sino de todos los muertos en general; en otras palabras, que pudiera haber sido una noche de ánimas (o de los difuntos), pues hay la extendida creencia que las almas de los muertos visitan su antiguo domicilio en una noche del año y en esta solemne ocasión la gente se prepara para la recepción de los espíritus dejando afuera alimentos para que ellos coman y encendiendo lámparas para guiarlos en su sombrío camino del sepulcro y hacia él.
La segunda versión del origen del Día de Muertos cristiano también es pagana, visto desde el lado del cristianismo naturalmente, y nos remite a las celebraciones conocidas, hoy en día, con el nombre de Halloween. Este vocablo proviene del antiguo término inglés all hallow even, que significa, literalmente, “todo sagrado víspera”; o sea, “la víspera de todo lo sagrado.” El Halloween constituyó una de las dos fiestas más importantes de adoración al fuego de los antiguos celtas, pueblo cercano a la raza nórdica, probablemente proveniente de Alemania y que, hacia el año 2000 a.C., se desplazó a Gran Bretaña, Francia, norte de Italia y una parte de Suiza. Dicha fiesta se llevaba a cabo el 31 de octubre de nuestro actual calendario y era la Fiesta de las Ánimas, dedicada a celebrar a los muertos. Asimismo, el día de Halloween marcaba el inicio del Año Nuevo celta.
En la isla de Man, situada en el mar de Irlanda y fortaleza celta que se mantuvo mucho tiempo libre de las influencias de los invasores sajones, la víspera de 1° de noviembre los habitantes se disfrazaban y cantaban en lengua man una especie de villancico llamado Hogmanay, que empezaba de esta manera: “Esta noche es la noche de Año Nuevo!, ¡Hogunna!” Ya en la noche, los espíritus y las hadas pululaban volando por todo el pueblo y asustando a los incautos habitantes. En el momento en que daba inicio la fiesta, se llevaban a cabo adivinaciones para predecir si las condiciones del año entrante serían buenas o malas. Asimismo, y he aquí lo interesante, las ánimas de los muertos regresaban a sus hogares, para calentarse con el fuego de las chimeneas y para disfrutar de la comida colocada en la cocina, ya que las almas llegaban hambrientas y friolentas de su largo viaje del más allá. La última versión, sostenida por los católicos ortodoxos, afirma que la celebración de Todos Santos, tiene un fundamento meramente cristiano en el que no intervienen ninguna clase de elementos supuestamente paganos. Afirman los estudiosos del catolicismo, que dicha fiesta, dedicada a todos los bienaventurados, compresores del cielo, se instauró en 610, cuando el Papa Bonifacio IV consagró el Templo de Agripina y colocó en él las reliquias de muchos mártires. Al templo lo llamó Santa María ad mártires, entendiendo por mártires a los cristianos que en los primeros tres siglos fueron asesinados a manos de los romanos, antes que fuera promulgado, por el emperador cristianizado Constantino, su edicto de tolerancia religiosa, porque se rehusaban a renegar de su fe. El primer mártir que conoció la historia fue San Esteban, quien murió en Jerusalén, poco después de la ascensión de Cristo a los Cielos.
Anteriormente a la creación del templo de Santa María, el aniversario de la muerte de los mártires se celebraba en sus propias tumbas con un banquete eucarístico de pan y vino. Hecho de donde podría desprenderse la costumbre de ofrendar comida en las tumbas de los familiares muertos, como ha sido costumbre en la España antigua, tan ligada y proveedora de muchas de nuestras tradiciones.