Al parecer, los habitantes que poblaron ese espacio y tiempo, el colonial, vivieron bastante tristes, pues las condiciones que la conquista aportó devastaron las morales de varias culturas y pueblos. Además, los españoles renacentistas y barrocos (con su visión profundamente medieval y castellanizante) nunca fueron la mejor elección para regir nada. Muchos de los mismos españoles que llegaban a buscar fortuna, se quedaron varados en el absoluto fracaso. ¿Y los negros?

Doce y medio millones de esclavos negros “importados” desde mamá África llegaron a América entre 1492 y 1870. La mayor cantidad de ellos fueron llevados a México y Perú. En su mayoría, estos esclavos eran mandingos y wolofs, de África occidental, y bantúes del centro de África, recolectados por los prolijos portugueses. Vergonzoso es decir que muchos de los pueblos africanos cazaban a los integrantes de otras comunidades negras para poder proveer de esclavos a los portugueses, quienes los transportaban hacia América. Un comercio muy enriquecedor para los lusitanos, a pesar de que había mucha merma en la “mercancía”, debido a las terribles condiciones de transporte. A lo largo de los siglos XVII y XVIII llegaron de contrabando literalmente incontables esclavos a las ciudades portuarias, como Campeche y otras más.

En las ciudades de Puebla, Morelia, Xalapa, Veracruz, Acapulco y la Ciudad de México, las esclavas africanas fueron cocineras, parteras, curanderas, comerciantes y nodrizas. Negras y mulatas esclavas se vestían “lujosamente” con telas de colores y zapatos llenos de chinchetas doradas y tacones, y llevaban joyas en el cuello, los brazos y las orejas.
Las niñas y niños negros o afrodescendientes fueron aprendices de los gremios y realizaban labores domésticas en iglesias, conventos, colegios y casas particulares. Los hombres trabajaron en minas, plantaciones y también como ayudantes en la Iglesia, como en la Arquidiócesis de la Ciudad de México.
Hubo milicias conformadas por pardos (descendientes de esclavos negros, mezclados con blancos e indios) y mulatos, pues los españoles y los criollos mandaban a sus esclavos a cumplir con el servicio militar forzoso, que había sido instituido por decreto el 7 de octubre de 1540. Estas milicias despertaban el miedo de la gente a una rebelión de esclavos; sin embargo, los negros que participaban en este cuerpo, obtenían prestigio social y podían mejorar su situación personal y la de su familia porque, de alguna manera, eran vistos como gente de bien. Hay datos de que hubo milicias de negros y pardos en Veracruz, Puebla, Campeche, la Ciudad de México, Guadalajara, Guerrero y Oaxaca.
En la Nueva España hubo también cofradías de negros y mulatos, que adoraban a San Benito de Palermo y a Santa Ifigenia. En la Ciudad de México, existieron las cofradía de la Inmaculada Concepción, conformada por zapes (grupo étnico sudanés) libres y esclavos, así como la de Nuestra Señora de los Siete Dolores, con cuatrocientos negros y mulatos como cofrades. También hubo otra en San Miguel el Grande, Oaxaca.
La sociedad novohispana siempre temió a los negros porque se consideraban resentidos, rebeldes, transgresores, insolentes. Retaban a la Iglesia con sus blasfemias y magias, sus oraciones extrañas, sus tatuajes, el uso de varas que eran capaces de encontrar tesoros. La Ciudad de México estuvo repleta de ellos. Se cuenta que en 1608 se reunieron negros y mulatos en casa de una negra libre y ahí se dieron entre ellos títulos reales, parodiando así las cortes europeas en un acto de rebelde irreverencia. Se atrevían a amotinarse para protestar contra las sentencias de las autoridades en contra de su propia gente. En 1665 los negros citadinos asustaban a sus amos con las predicciones del derrocamiento y castigo español que ocurriría en el año del 666.
Los negros y mulatos huían de las haciendas, plantaciones, casas o conventos y se convertían en negros cimarrones, que se establecían en palenques. Hubo rebeliones en 1612 (la de los treinta y tres negros ejecutados), la de Yanga, y la de Amapa, en Cuautla de Amilpas, Morelos, en 1735.
Como en la Colonia la Iglesia no prohibió los matrimonios mixtos, hubo una enorme diversificación de los descendientes de africanos, las llamadas castas o la gente menuda. Hubo intentos por “clasificarlos” y así surgió toda una categorización de descendientes, cuyos nombres normalmente no se usaban en la vida diaria de la colonia, pero quedaron asentados en los famosos cuadros de castas. A lo largo de todo ese período histórico, una misma familia podía estar integrada por indios, mestizos, españoles y afrodescendientes.
A principios s. XVIII muchos de los esclavos negros ya eran libres. Habían podido obtener su libertad a través de varios medios. El propio dueño podía otorgarla como reconocimiento a su trabajo y dedicación, o bien podía darles la manumisión a su muerte y asentarla en su testamento. Como la condición de esclavitud era heredada a los hijos exclusivamente por vía materna, los esclavos negros varones procuraban buscar una india para tener hijos y así lograr que su descendencia fuera libre. Las esclavas negras, por su parte, buscaban tener hijos con criollos y mestizos para intentar que ellos los reconocieran legalmente y así, con suerte, los niños podrían no ser esclavos. Los esclavos podían ahorrar dinero para comprar su libertad. Por ejemplo, muchas esclavas vendían panes, dulces para poder pagar la libertad de sus hijos.
En el siglo XVIII, las reformas borbónicas intentaron ordenar los matrimonios interraciales con reglas más rígidas para impedir los matrimonios interraciales. Establecieron la regla de que el matrimonio sólo se podía llevar a cabo si los padres de los contrayentes otorgaban su permiso. Como la regla era el concubinato, muchos sacerdotes casaban a las parejas que de hecho ya vivían como parejas. Estas reformas, pusieron límites a los clérigos para que no lo hicieran. Sin embargo, las leyes no se ejecutaban del todo y la mezcla racial ya había sido consumada.
En 1789, Carlos III expidió el Código Negro en la Audiencia de Santo Domingo. El Código contenía instrucciones para los “señores de negros”, los amos, de cómo debían de tratar a los negros a fin de evitar los cimarrones y los palenques, y qué tratamiento debían recibir para hacer de ellos buenos cristianos, así como los castigos que no deberían aplicarles, como cortarles miembros, matarlos o venderlos antes de seis meses. El Código debía quedar vigente para todas las Colonias, pero no fue aplicado en Nueva España.
El 6 de diciembre de 1810, en Guadalajara, el Generalísimo de América, Miguel Hidalgo, abolió la esclavitud, acto que guarda mucho más sentido si atendemos al gran número de afromexicanos que existían en la Nueva España, pues los indios habían dejado de ser esclavos mucho antes.